Era un tiempo ya pasado en
el que sentiame cargado de recelo;
tome la decisión de huirle al
irreducible anhelo, ese que espera,
que busca la perfección en todo y en
todos y que nos ha estigmatizado
como a unos egoístas sin remedio.
¿Víctimas de la casualidad?
¿O algún presagio que no se tomó
el trabajo de descartarnos?
no lo sé, prefiero pensar que
algún reducto de espontaneidad,
esa bendición en nuestro sino que
pasamos por inadvertida,
se conmovió, nos acogió en una
suave caricia del alma. Allí estábamos,
entre esa alegre elocuencia
que rodea el azar. Como no
enamorarse de esa pequeña figura,
de un cabello ondulado de color
negro incierto y olor a jazmín,
grandes y conmovedores ojos.
Unos labios carnosos sobre una
armoniosa sonrisa, esas perfectas
comisuras en su brazo izquierdo
cercenado al nacer, que se dobla
con ímpetu para lograr lo que otros no.
Los dedos en su pie izquierdo
graciosamente unidos.
Cualquiera con imaginación y
algo de sensibilidad pensaría
que alguien interrumpió su evolución.
Como adoro esos pequeños y
bien definidos hoyuelos en la
parte exterior de su muslo derecho que páreseme formaran una constelación
jamás antes vista por astrónomo alguno.
Su andar de vaivén cual pingüino,
causa de un fémur geométricamente
arqueado.

Una absurda espera a veces
retrasa el bien amado.
Asumí el riesgo de abandonar
esa espera y en medio de este
abandono, me hallo un amor lindo y tangiblemente imperfecto,
con sus intangibles baches que
suelen complicar las cosas.
Pero me resulta esto nimio ante
la felicidad que me embarga.
Esta oportunidad de alabastro
que el camino me ha enseñado;
es la prueba más exultante del pensamiento de Heráclito.
“nada es lo mismo a la segunda” por eso es especial.

A mi esposa