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Viveza criolla.

El campo suele ser un lugar muy tranquilo, ese era mi pensamiento cuando me decidí comprar una casa en el interior de la República, en una zona bastante apartada de cualquier ciudad o poblado.
Cierto día, al pasar vi un letrero que decía: SE VENDE, la casa me agradó tanto que sin consultarlo con Ana, la compré. En uno de mis viajes al interior la vi por primera vez, de dos plantas, de tejas verdes y con una cerca también pintada de verde albergaba docenas de gallinas, señal de que estaba habitada.
Estacioné mi camioneta, bajé de ella y toqué el timbre, al instante salió una mujer muy vieja y de mal carácter que me dijo que me fuera que no pensaba comprar nada y sin que pudiera contestarme cerró la puerta en mi nariz.
No me di por vencido y rodeé la casa para ver si encontraba alguna otra persona más benigna que aquella anciana.
Apenas caminé unos pasos, me encontré con un anciano, éste era todo lo contrario a la anciana, amable, dispuesto a saber quién era yo y en qué podía ayudarme.
Le dije que me había gustado mucho la casa y que me agradaría mucho comprarla si el precio era justo.
El anciano me contestó que pensaba que yo podría ser su salvador, estaba cansado de vivir en esa soledad y diciendo esto me hizo pasar a la casa.
Debo decir que no tenía ni la más remota idea de cómo sería la casa por dentro pero lo que vi, me agradó mucho, era espaciosa y muy luminosa, los muebles eran viejos pero yo no quería muebles, de comprarla me la tendrían que entregar vacía.
Mientras hablaba con el hombre, la mujer maldecía y me decía que me fuera lo antes posible, mientras su marido le mandaba callar la boca, que de cualquier manera la casa era de él y si quería la vendía sin su permiso.
Quedamos en hablar con su abogado para llegar a un acuerdo con el precio.
A los pocos días recibí la visita de un escribano con los papeles para firmar al haber llegado a un precio que me pareció justo y me convertí en el poseedor de una hermosa casa en el campo con gallinas incluidas.
Ana no era muy amante del campo pero tanto le hablé de la casa que ese fin de semana fuimos a verla.
En la misma aún vivía un hombre joven que alimentaba a las gallinas y sacaba los huevos hasta que la ocupáramos nosotros.
El hombre me preguntó qué pensaba hacer con tantos huevos a lo que le contesté que no tenía ni la más remota idea pero Ana se adelantó, preparó una canasta llena de huevos y se la dio, en el futuro ya veríamos que hacer con los huevos.
A los pocos días volvimos y comenzamos a limpiarla, la casa era muy bonita pero le faltaban muchas cosas entre ella, pintura. En poco tiempo vivíamos en ella con muebles y electrodomésticos nuevos y por supuesto nuestras computadoras.
Tomás, el hombre que cuidaba las gallinas siguió a nuestro servicio ya que de gallinas no sabíamos nada y gracias a él y a su esposa Cecilia, los huevos se utilizaban para hacer tortas y comidas que luego la mujer se encargaba de vender en el pueblo vecino, o en la plaza del pueblo.
Sin proponérmelo tuve de un día para otro un nuevo negocio que nos daba buenas ganancias. Todo marchaba de lo mejor, Ana se había acostumbrado a vivir en el campo además trajimos un gato y dos perros.
Un día Ana me dijo:
___Pedro, siento ruidos por las noches, hasta ahora no había querido decirte nada por temor a que me consideraras una miedosa pero si los vuelvo a oír, te despierto.
___No va a ser necesario Ana, yo también los he oído y por el mismo motivo no te dije nada.
Por la noche, al poco rato de acostarnos, comenzó la peor pesadilla de nuestras vidas.
Los ruidos parecían provenir del sótano, nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer, Ana, que tiene más coraje que yo prendió todas las luces, los perros ladraban y el gato se refugió en nuestra cama. Sin vecinos y sin nadie a quien acudir, esa noche no pudimos hacer nada pero al día siguiente llamamos a Tomás y a Cecilia quienes nos dijeron que no nos preocupáramos pero que la zona había sido un cementerio indio hacía alrededor de ciento veinte años, que a lo mejor los muertos no nos querían en la casa.
Nos pusimos a reir y bajamos al sótano, allí no había nadie ni nada, estaba completamente vacío sólo unos surcos en la madera del piso que nos indicaba que algo había pasado por allí aunque no lo viéramos.
Y así noche tras noche, los ruidos continuaban hasta que un día, en el piso de la casa también observamos surcos como de uñas o garras.
Una semana estuvimos soportando aquellos extraños ruidos hasta que decidimos que o averiguábamos de dónde eran o nos íbamos.
Esa noche, la de la pesadilla, nos acostamos temprano pero no podíamos dormir, nos quedamos charlando y tomando un café en la cama cuando de pronto, la puerta del dormitorio se abrió y lo que vimos nos dejó mudos, hubiéramos esperado cualquier cosa, incluso fantasmas, menos aquello, una enorme araña y cuando digo enorme, eso era, sus patas medían por lo menos veinte centímetros y si las patas eran de ese tamaño imagínense la cabeza, casi imposible describirla.
Corrimos a la otra habitación y el susto fue peor, si aquella araña era grande qué podría decir de las que estaban en el comedor? Aparentemente eran unas arañas enormes que se movían en todas direcciones y nos desmayamos.
De más está decir que cuando recuperamos la consciencia luego de estar desmayados por un largo tiempo, ni rastro había de dichas arañas.
Ana no quería saber nada más de nuestra hermosa casa y comenzó a hacer las valijas aún sin entender que era lo que había pasado ni de dónde venían o dónde iban las arañas, sólo daba gracias por estar vivos.
A pesar de ser un poco miedoso, presentí que algo no andaba del todo bien, que aquello no era normal pero yo también ayudé a hacer las valijas no pensaba pasar otra noche en la casa.
Nos fuimos y la pusimos a la venta pero a nadie parecía gustarle el campo y no tuve ofertas.
Comencé a bajarle el precio y para cuando la tenía casi a mitad de precio, apareció un comprador. Cerramos el trato y vendimos la casa con gallinas, gato y perros.
Algunos días después decidí pasar a ver qué había sido de la casa, soy curioso por naturaleza y cuando vi a los propietarios me llevé una gran sorpresa, eran los mismos que me la habían vendido y a un muchacho que supuestamente la había comprado.
Me asombré por un momento pero como tonto no soy quise saber más de todo ese embrollo y entré a la casa sin que me vieran, todo estaba cambiado de como estaba antes de comprarla, ahora tenían nuevos muebles y todo de lo mejor pero lo peor de todo fue escuchar la conversación que mantenían los ancianos con su hijo, el comprador de la casa.
___Qué buen negocio hicimos ¿verdad? Pensar que estos citadinos que se creen tan vivos pueden ser engañados tan fácilmente con unas arañas de juguete, jamás pensé que no se darían cuenta con el truco de los espejos pero es como les digo, viven en la ciudad creyendo saberlo todo y caen como angelitos jajajaja.
Mi rabia fue en aumento y sin querer salí del escondite y los enfrenté. Ninguno habló ni una palabra hasta que el hijo, viendo que yo había oído todo se sentó y me contó la verdad.
___Mis padres y yo tenemos esta casa desde hace cuarenta años pero como verá, ellos están muy ancianos y yo desde hace un tiempo no consigo empleo, imagínese, si en la capital no hay acá en medio del campo, mucho menos, es por eso que ideamos venderla para después de un tiempo, volver a recuperarla, al principio pensamos que con los ruidos en el sótano se irían pero como no fue así, pensé en algo mejor que estaba seguro nos daría el resultado deseado. Hace algún tiempo trabajé en un teatro para niños y la obra trataba de arañas gigantes que venían del espacio, mediante unos espejos y cuerdas que movíamos nosotros hacíamos creer que las arañas se movían y sabiendo que las personas de la ciudad suelen temerles… el resto ustedes lo vieron, nunca quisimos hacerles daño sólo pretendíamos recuperar la casa a menor precio…
Los escuchaba y no podía cerrar la boca, tan fantástico me pareció lo que hicieron que ya no sentía enojo hacia ellos, al contrario, ahora sentía desprecio por mí mismo, ¿cómo pude ser tan ingenuo? Y ahora que lo pienso, las arañas parecían de goma pero ni Ana ni yo nos dimos cuenta, nos asustamos como niños y creo que nos merecíamos lo que pasó pero tampoco me gustaba que me tomen por idiota así que les propuse algo para no mandarlos presos.
La casa en el campo había sido un completo fracaso, ni Ana ni yo pensábamos volver a vivir en ella pero tampoco quería perder mi dinero así que mi propuesta fue la siguiente, debido a que la venta de huevos y postres había sido tan buena, que lo siguieran haciendo teniéndome a mi como socio por lo menos hasta que me pagaran lo que yo había pagado por la casa cuando la compré.
Todos estuvieron de acuerdo, hasta la madre que al principio parecía muy hostil, estuvo de acuerdo, era una buena mujer que desde el principio no quería participar de la estafa y trataba de advertirme sin saber cómo hacerlo.
Han pasado varios años de ese triste y cómico episodio ahora somos casi una familia, abrimos una pollería entre todos, hace mucho que recuperé mi dinero del valor de la casa y ahora volví a tenerle amor al campo y sobre todo confianza en mí mismo.
Omenia

Texto agregado el 20-11-2018, y leído por 460 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
21-11-2018 Espectacular!!!! Kahedi
21-11-2018 Tiene de todo y está muy bien escrito. abrazo y rosas. sendero
20-11-2018 Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
20-11-2018 excelente omelia, digno se ser propuesto para el premio Cervantes. Tenés tu sello omelia, al sentarte a escribir a todo le das color y olor a tu esencia. Gracias distinguida dama por tu posteo en mi lvd. Bechines. caramelo
20-11-2018 Sos única, tenés tu sello Omenia querida, indudablemente!!! Muy bueno. Te abrazo con mucho cariño. MujerDiosa
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