FANTASMAGÓRICO


Ahí estaba sentado a la vera de aquel camino solo para verla pasar. El péndulo enmohecido de su reloj había dejado de oscilar y no se escuchaba su monótono tic tac. El amanecer, en delirante
necedad se petrificó como en un flash de fotografía para incitar a la melancolía porque la
primavera se estacionó, ya no quiso avanzar para completar el ciclo, dejando tras de si al
desesperado verano cual niño en su triciclo en un vano e inamovible periplo.

Él siguió sentado a la vera de aquel camino, nunca supo cuanto más solo para verla pasar.
El árbol que medía sus días lucía deshojado y él con el espíritu desgajado estaba resignado a
esperar. Y tuvo que llegar el día en que en lejanía la vio llegar.

Al estar frente a él, la que pasaba esbozó una sonrisa, parecía no tener prisa y con desdén
le mostró lo que llevaba entre sus manos: ¡Un par de piernas descarnadas!

Él intentó ponerse de pie, le fue imposible, ¡circunstancias tan infernas!, nadie puede
caminar cuando le faltan las piernas. Ella se fue alejando con pausado paso, llevaba en cariñoso
abrazo aquellas huesudas extremidades que en tiempos remotos fueron causa de sus penares,
cuando se llevaron al mozo a quien ella dio las primicias de sus íntimos manjares.

La estática primavera aun contempla a ese desdichado en su eterno penar, sentado a la vera de
aquel camino, solo para verla pasar.