Paz, tranquilidad, estabilidad, seguridad.
Atrás habían quedado aquellas épocas locas, cuando nada podíamos preveer y cada día podía ser el último.
Tantas peleas sin motivo, tantos enfrentamientos por nada, tantas discusiones sin sentido.
Éramos muy jóvenes, inestables, egoístas.
Pero Dios nos ayudó, nos dio una oportunidad y la aprovechamos.
Cuando quedaste embarazada tuvimos que tomar una decisión, y elegimos la correcta.
Por eso llegamos a disfrutar tan hermosa realidad, una familia unida, hijos e hijas ya hombres y mujeres responsables y exitosos que nos bendijeron con nietos dulces y angelicales que nos llenan de amor y cariño.
Todo había salido bien, querida mía. Todo.
Y ya habían pasado cincuenta años. ¡Cincuenta años juntos!
Por eso teníamos que festejar, y así lo hicimos.
Fue hermoso estar todos reunidos, recordando lo vivido, y dando gracias al cielo por ser tan afortunados.
Ese discurso que dimos, esas caras atentas, ese silencio expectante cuando tomaste el micrófono y comenzaste a hablar:
- Gracias a todos por estar aquí hoy. Esto no es casualidad ni suerte. Esto es el resultado de una elección que tomamos. Él y yo, juntos.
Y ustedes son el fruto. De una decisión meditada, responsable y necesaria. Porque vuestro padre y yo éramos muy jóvenes, impulsivos. Solo queríamos aventuras y sorpresas a cada momento...
Tu cara comenzó a iluminarse, y una lágrima rodó por tu mejilla.
Todos lo interpretamos como emoción. Todos lloramos contigo.
Todos creimos ser uno solo, embargados en la mayor felicidad que se pueda imaginar.
Lamento no haberlo visto.
Lamento no haber entendido lo último que nos dijiste sonriendo tristemente antes de tomar esa maldita pistola:
- Éramos tan infelices... |