Apretó los puños tan fuerte que pudo pulverizar la roca más dura que existiera; puso tenso su cuerpo, se agacho un poco, lo suficiente para un impulso y se lanzó al espacio. Su salto fue tan enorme de odio que le sirvió como combustible para llegar hasta la luna.
Miró la tierra tan frágil, tan indefensa, tan débil, tan azul; pero, ni la inmensidad de la vía láctea, ni la congelante soledad del satélite, donde estaba parado pudo calmar su rencor, entonces como preparándose para lo peor, estiró las manos apuntando como ojivas a la tierra y, descargó un rayo rojo, tan aniquilador que de haber existido un dios ahí, éste no hubiera sobrevivido.
La flora, la fauna, todos los seres vivos fueron exterminados, incluso a los que amaba, sus padres, sus hijos, su familia, amigos y todo lo que él quería.
No dejó ninguna huella, ningún vestigio, ni roca sobre roca, nada que haya existido. Aún hoy después de muchos siglos, no pudo aplacar su encono debido al inconmensurable poder de los recuerdos.
|