La amenaza de aquel hombre se materializó. Dijo que haría un bis en su intervención y lo cumplió. La gente no se iba porque aún quedaba otra actuación. No hizo falta que le pidieran un segundo bis para hacerlo. Encima, el público, por vergüenza, aplaudió al terminarlo. No había manera de hacerle comprender que la consideración que tenía de sí mismo como artista difería bastante de la del público en general. Así va royendo la educación al arte. En el fondo funcionan así las cosas. Sin embargo, la paciencia tiene un límite y al poco de empezar el tercer bis la gente se soliviantó un tanto. Pero el hombre no cejó en su empeño. Y tanto, que hasta sus detractores más hostiles empezaron a ver algún pequeño atisbo de arte en aquello. Hoy es un importante y reputado músico, y sin necesidad de cortarse apéndice auricular alguno, se gana bien la vida con ello. Así pasa en todo: en el arte como en el amor. Piense usted en eso. Cuando le digan no, le están invitando a porfiar en el empeño. Sus escritos son los mejores y en general es usted un individuo maravilloso. Sus detractores lo son en calidad de envidiosos. Quizá algún día se repare en ello. En esto del arte todo es relativo. Si no le dicen a la primera que sí, es porque está feo. Muchas cosas de las que se ganan es por cansineo.