Nunca supe como hacerle entender cuanto sus acciones me lastimaban.
Suplicas, gritos, reclamos, reproches, nada funcionaba.
No supe poner límites, ni soltar a tiempo esa relación que el corazón me atravesaba.
Y sin que lo pidiera, cada día, yo le daba nuevas oportunidades, pero él, no lo notaba.
Ignoraba mis palabras, como aquel que ignora a una planta y piensa que sin agua vivirá. Mientras tanto yo pensaba "algún día entenderá".
Así que durante muchos años, luché para que esto maravilloso que yo sentía nunca se acabara.
El era la razón de mi felicidad, y eso, era justo lo que me apagaba.
Renunciar a mi vida a su lado, era romper el futuro que anhelaba. Por eso me quedé, por eso lo intenté, por eso yo trataba.
Yo lo amaba, en mi estúpida creencia humana, de creer que amar; es darlo todo por nada.
Enloquecí de frustración e impotencia al no poder hacerle entender nunca nada. Siempre me decía; " ay mujer, eres una exagerada"
Así me fui deprimiendo, me fui perdiendo, me fui quedando amargada, de ver tanta injusticia y tener que quedarme callada.
Era tanto lo que sus acciones me lastimaban, que paso a pasito, yo misma, de a poquito, sin decirle, me alejaba.
Me fui callando mis te quiero, fui ahogando mis palabras. Las que eran de reproche, y también, las que eran para decirle que lo amaba.
Le fui cerrando mi corazón, poco a poquito, para ver si en el ínter, el se daba cuenta y reaccionaba a mi silencioso grito.
Con la esperanza, de que antes de que yo encontrara el valor para dejarle, sorpresivamente hiciera todo para reconquistarme.
Pero no. No funcionaron mis silencios. Ni tampoco mis gritos. No funcionaron ni mis oraciones, ni mis lágrimas, ni quejidos.
Yo misma me harté de todo ese estúpido drama, en el que inevitablemente caí.
Fui la víctima de mi propia falta de amor. Pero era a él, al que yo culpaba.
Caminé en el inframundo, perdí mis ganas de vivir.
Viví el infierno que viven los que no se quieren; yo, me quería morir.
Tomé todos los cursos, estudié las religiones, leí todos los libros para encontrar razones. Escribí miles de versos y cientos de canciones.
Fui con todos los maestros, pero más me confundía, nada me sanaba, yo estaba tan herida, enfrentando un cúmulo de dolor, de ésta y seguramente, otras vidas.
Hasta que una mañana fresca, después de tanto llorarlo, me levante renovada, con el valor, y la fuerza de dejarlo.
Ya no esperaba su apoyo, ya no esperaba su cambio, ni sus consideraciones, ni respeto, ni que entendiera mi fastidioso llanto.
Había perdido el miedo a perderlo, porque en mi búsqueda de tratar de cambiarlo, yo me había encontrado a mí.
Y fue entonces cuando temeroso, vio en mis ojos que yo estaba decidida, me sintió realmente perdida y quiso hacer todo para que yo no me fuera.
Pero, ya era tarde, el me había enseñado a amarme, y era imposible que me retuviera. |