Podría haber sido de otra manera, pero la forma como sucedieron los encuentros entre Carlos Durán y María Elvira Funes, fueron realmente extraños. Ella amaneció un buen día presa de una enfermedad grave, que si no se atendía de inmediato, ponía en riesgo su vida; meningitis, dictaminó el doctor Ayestarain, acompañada de todos los síntomas que tal enfermedad conlleva: fiebre muy alta, agotamiento físico, delirio, dolores de cabeza intensos. Durán apenas la conocía, acaso había tratado con ella una vez en alguna plática insulsa y breve; ahora, el hermano de ella, Luis María Funes, lo invitaba a su casa para platicar, aunque no comprendía Durán muy bien para qué. Cuando el doctor Ayestarain le dijo de qué se trataba, se sintió incómodo, ridículo y dispuesto a negarse a lo que el galeno le pedía: ir a lo de Funes y actuar de medicina humana, porque en sus horas de delirio, la hermosa María Elvira Funes, lo llamaba insistentemente creyendo estar enamorada de él.
El amor y el desamor pueden nacer de infinitas formas y situaciones; nunca podemos asegurar cuál relación nos habrá de llevar a la felicidad o el desengaño. “Miénteme más, que me hace tu maldad feliz”, reza la letra de una hermosa canción que interpreta Víctor Iturbe “Pirulí”. La mentira en el amor, también puede hacernos profundamente felices, mientras no descubramos que es mentira.
Carlos Durán rozaba ya los treinta años, mientras que María Elvira, apenas tenía diecinueve. Esta diferencia de edades en una relación, entre un hombre mayor y una joven, le encantaban a Horacio Quiroga; en su vida personal, las dos esposas que tuvo, tenían mucha menor edad que él, al desposarlas. Quiroga tuvo una vida muy difícil y trágica en muchos sentidos, a pesar del éxito obtenido con sus poemas, novelas y cuentos, principalmente. Su padre murió accidentalmente al disparársele una escopeta, cuando Horacio contaba con muy poca edad; años más tarde, su padrastro sufre una hemorragia cerebral y moriría igualmente, suicidándose con un disparo de escopeta. Las historias narradas en “Cuentos de amor de locura y de muerte”, constatan su calidad y capacidad literaria para transmitir toda la pasión, entrega y amor, que el autor sentía por la naturaleza indomable, poniendo la mayor de las veces a muchos de los personajes de sus cuentos en franca lucha con ella y sufriendo destinos terribles.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza, nació en 1878 en la ciudad de Salto, Uruguay; muy joven se interesó por la literatura y por otras aficiones: química, fotografía, ciclismo, mecánica, filosofía, la vida de campo. Compra una chacra en la provincia de Misiones y se va a vivir a la selva. Trabaja como maestro, se enamora y se casa con una de sus alumnas: Ana María Cires, quien terminará suicidándose en 1915, con tan solo veinticinco años.
Quiroga se convierte en un excelente cuentista y con el paso de los años, van apareciendo varias colecciones de cuentos que lo constatan: Cuentos de la selva, El salvaje, Anaconda y otros cuentos, El desierto, Los desterrados. Y un par de novelas: Historia de un amor turbio (1908) y Pasado amor (1929). La meningitis y su sombra, pertenece a Cuentos de amor de locura y de muerte, es una historia fascinante, que me ha motivado para redactar las presentes notas; quizás, es la historia que más me gusta de este libro.
Admito que soy un declarado fan de los cuentos de Quiroga. La gallina degollada, el almohadón de plumas, la miel silvestre, Anaconda y muchos otros, han aparecido en infinidad de antologías y sus cuentos en general son apreciados en todo el mundo. Quiroga muere en 1937, al enterarse que padece cáncer de próstata y que no tiene remedio. Bebe un vaso con cianuro y así decide terminar con su vida.
Para concluir, quiero asentar que durante la lectura de La meningitis y su sombra, quise ser Carlos Durán, conocer a María Elvira Funes y quizás enamorarme de ella, de su belleza, de sus diecinueve años, de esos ojos que Quiroga describe llenos de una mirada capaz de llegar al alma y al corazón.
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