Tristeza
Conozco a Gabriela desde que éramos niñas, ella siempre fue distinta y por eso la molestaban las otras niñas en el colegio. El bullying siempre ha existido, solo que no se le daba la misma connotación que ahora. Era mi amiga y me esforzaba por defenderla, pero la Gaby simplemente no hacía caso, siempre callada, observándolo todo, con una claridad tanto en sus emociones y de lo que a ella realmente le importaba, a veces llegaba a dar miedo que una niña de 8 años dejara sin palabras a los maestros y a sus propios padres. Ahora miro atrás y creo tener cierta certeza al decir que las otras muchachas le temían y por eso la atacaban de esa manera. Es que la Gaby siempre decía esas cosas cuando nadie las esperaba, predecía accidentes o buenas noticias, tiraba el mensaje al aire, sin preocuparle que los demás entendieran, creo que tampoco se daba cuenta de la preocupación que sentía su mamá por causa de estos dones. Doña Clara terminó resignándose con el tiempo y en el colegio, por gracia de Dios, nunca sus dichos ni los ataques de las otras niñas llegaron a tener consecuencias graves.
Así crecimos, yo defendiéndola y ella sin darse cuenta. Me dijo como tres años antes que conocería a Manuel y que nos casaríamos. Antes que nacieran mis dos hijas yo ya sabía cómo eran y las dificultades que tendría. Nunca le pregunté nada, confieso que me daba miedo, pero la Gaby es así, suelta las palabras sin preguntar si uno quiere saber. Yo la adoro, es la hermana que elegí y yo lo soy para ella.
A pesar de todo, las personas a las que ayuda con sus visiones terminan amándola, es que ¡es tan dulce la Gaby!, tan serena, que es imposible no aceptar sus visiones y darse cuenta que no tiene doble intención. Ella siente que debe decir lo que ve, que para eso le dieron el don.
Hace como dos años atrás, llegó tan temprano a visitarme que me asustó su llamado a la puerta, siempre mandaba un mensaje antes de ir pero no fue así esta vez. Estuvo callada toda la mañana. Por más que le pregunté nada decía, se sentó a la mesa de la cocina y me ayudó a preparar el almuerzo, muda, pensativa. Por la tarde, después del almuerzo las niñas se fueron a hacer sus tareas escolares, ahí me contó de un tirón que estaba embarazada. A él lo había conocido hace poco y supo lo que venía, por lo tanto no le impresionó cuando el hombre desapareció de inmediato al saber de su paternidad. Era la primera vez que tenía una visión de sí misma y estaba aterrada. Mi amiga, la serenidad misma, la paz concebida persona, estaba aterrorizada y no quiso decirme por qué, aún con la amenaza de no ser más su amiga, solo me abrazó y no me dejó ayudarla.
Los meses pasaron lentos, al parecer todo había vuelto a la normalidad, sus visiones, su dulzura y su ayuda a la gente, mientras su panza crecía y crecía hasta que la Noelita nació, sana, hermosa y pelirroja. Yo veía a mi amiga tan feliz como nunca lo había estado en toda su vida. A los seis meses del nacimiento, llegó con ella muy temprano a mi casa, me miró a los ojos con una tristeza tan grande, puso a la niña en mis brazos, me entregó un sobre que decía cuando ser abierto y salió de nuestras vidas para no volver jamás. A las tres de la tarde de ese día funesto me avisaron de su muerte, víctima colateral de un asalto a un camión de valores.
Hay quienes dicen que el amor es una energía que mueve el universo y así debe ser, porque el mío se detuvo en ese momento.
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