La vida tiene sus vericuetos, circunvalaciones, enigmas y devenires.
Sucedió que después de siete años Lucas abandono a Sofía, y se encontró con Amanda en un vericueto, y estuvo con ella durante otros siete años.
Alguna que otra vez le había dicho Lucas a Sofía que las mujeres en su vida solo duraban siete años. ¿Numero cabalístico? ¿Lapso prudencial y tolerable para estar con una pareja?
Los sinsabores de Sofía, al abandonarla Lucas fueron letales. Su demacrada cara se sumió en la tristeza mas profunda, no salió de su casa, se metió dentro de su cama llorando días, y buscando algún motivo, alguna causa, razón o circunstancia por la cual alguien quisiese dejarla, pero no la encontró.
Porque no la había.
Eso lo comprendió cuando transcurridos otros siete años, y cuando ya las sienes plateaban y los surcos aparecieron en la comisura de sus ojos, y el olvido empezaba a anidarse en su corazón, Lucas apareció de repente.
Aunque no fue tan de repente. Primero le pidió algo de dinero prestado, a lo que Sofía se negó rotundamente.
Después lo pensó mejor y si algo había sido Lucas en su vida, no había sido marcada por la indiferencia, y quizás el necesitara pagar algunas deudas. Así que le ofreció el dinero que el necesitaba.
Pasaron los meses.
Y como el barrio es chico en La Loma, se entero Sofía que él había dejado a la mujer con la cual convivía, Amanda.
Un día se encontró con Lucas para rememorar tiempos pasados, y fue como si no hubiese pasado.
Ambos recordaban los momentos del ayer, remoto pero activo en los recuerdos inolvidables.
Las prendas regaladas mutuamente. Los amigos en común. Los olores de los cuerpos, que permanecieron en sus fosas nasales, y en el paladar.
A los pies de la cama gemía un perro viejo, cuyas patas temblequeantes anunciaban que su fin estaba próximo.
Lucas había sido siempre protector y amante de los animales. Lo tenía en un almohadón a resguardo del frio.
En la casita, que construyó, y donde durmió Sofía, había prendas femeninas en una gaveta, así supo que Amanda todavía, seguía, en su vida, pero no le importó.
Lo sigue visitando cuando él la llama, así de vericuetos tiene la vida, como los perros no se dejan morir, así los restos del amor, perduran en algún al lugar latente y recóndito del alma.
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