Decidió retirarse.
Había vivido suficiente tiempo y experimentado suficientes cosas.
Y se recluyó. En él, en su zona de confort, en sus recuerdos.
Descubrió que podía sentirse cómodo consigo mismo, libre de esa ansiedad por caer bien, ser aceptado y estar rodeado de tantos actores de reparto obsecuentes que le recordaran lo importante que era.
Su vida comenzó una nueva etapa. Eran tiempos de conocerse y reconocerse. Tolerarse, admitirse y quererse.
Llegó a sentirse en paz, orgulloso de su fuerza de voluntad, y más aun cuando la gente se compadecía de él llamándolo ermitaño, antisocial e infeliz.
Pero él tenía todo en su lugar, era autosuficiente y se sentía totalmente libre. Alejado de insanos deseos, confusiones absurdas y obsesivas pasiones.
Su estructurada vida era perfecta, lo tenía todo. Y él era su propio todo.
Bueno, también estaba ella...
Muy a su pesar ella lograba generarle emociones.
Ella era un cúmulo de letras, fotos, audios y videos que se conectaba con él virtualmente.
Tan solo eso. Pero alteraba su mundo.
Ella iba y venía, nada se podía preveer ni planear. Ella era libre. Ella era él, de alguna forma.
Y eso de verse en un espejo le brindaba una mezcla de alegría, nostalgia y frustración.
Como buen coleccionista, su deseo de posesión afloraba con ella, aun sabiendo que no era ni correcto ni saludable sentir ese tipo de cosas.
Por eso tuvo que armarse mejor, aprender a disfrutarla sin rotularla, encasillarla y agregarla a su colección.
Ella iba y venía. Pero un día ella no volvió...
Su vida estaba cambiando. Pensaba diferente, sentía diferente. Algunos le decían que eso era madurar, y ella sonreía soberbia... pero por dentro sabía que tenían razón.
Todo iba cayendo en su lugar, naturalmente, sin presiones, sin esfuerzo.
Pero no era algo automático, llevaba tiempo.
Años de dogmatismos y reglas autoimpuestas se habían incorporado en ella.
Ella odiaba las sorpresas. El control lo era todo.
Control de sí misma... y de todo lo que formara parte de su vida. Cosas o personas, todo.
Algo digno de una máquina más que de una persona.
Una noche, aburrida, nostálgica quizás, lo recordó.
Ese tipo que la sacaba de quicio, la hipnotizaba, la hacía reir, enojar y sincerar como pocos.
Y lo buscó en sus contactos.
Eligió una frase impactante para comenzar la charla. Algo que no delatara sus ganas para no darle motivos de orgullo. Algo lo suficientemente cautivante como para atraparlo sin ceder.
Y evidentemente lo logró.
Charlaron horas. Se rieron mucho. Filosofaron, divagaron, se contaron sus vidas.
Y se despidieron sin saber cuando sería la próxima vez... o si habría una próxima vez.
Cuando despertó vio una llamada perdida. Era su número, y sonrió con cierta satisfacción: él había vuelto, lo tenía, era suyo.
Orgullosa, le envió un mensaje, y notó cómo inmediatamente comenzaron a escribirle la respuesta.
Se fue a hacer un té helado, ya que él era de armar frases eternas y entreveradas que pretendían ser compendios de genialidad y sabiduría.
Cuando volvió abrió el mensaje y el vaso se deslizó de su mano estrellándose contra el piso en mil pedazos mientras ella leía paralizada:
"Hola, tú debes ser Romina, la amiga de José. Él nos hablaba mucho de tí. Hasta que tuvieron que inducirle el coma te recordó con cariño. De esto hace ya más de un año, pero..."
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