El año pasado murió de cáncer un tío mío muy querido.Fue siempre devoto de la velocidad y el riesgo y tenía sus modos y maneras particulares, que casaban bien con las postrimerías del franquismo. La letra con sangre entra, era la divisa de la época. Nos llevaba de pequeños al río y mientras su esposa, gabacha más civilizada , nos daba instrucciones sobre cómo mover los pies agarrados a una piedra, él , más impaciente por ver resultados , nos lanzaba en medio del charco.
Afortunadamente teníamos su sangre intrépida y ninguno de mis primos se ahogó ni se traumatizó. Todos gozamos de la pasión por el agua, sin secuelas.
Este método, con nosotros eficaz, tendrá sus detractores entre los más timoratos.
A mi compañera de clase Luisa le falló el plan " a las bravas". Los profes de Educación física no lograron jamás que se metiera en la piscina por el miedo que le provocó en la infancia que la arrojaran sin piedad ni miramientos al agua. Le suspendieron natación para septiembre por no hacer ni el amago de meter un pie en la piscina.
¡ Pobre Luisa! ¡ Qué mal lo pasaba!
En cambio , nosotros salíamos tan ufanos del agua, satisfechos por haber sobrevivido a un ahogamiento seguro si no hubiéramos luchado como titanes contra las aguas en evoluciones de perro.
Mi tío siempre tuvo a gala habernos enseñado a nadar.
Yo sé de memoria los huesos de los dedos por el miedo a que el maestro me sacudiera en las palmas de las manos con la vara.
Como madre y docente, en cambio, nunca emplée la técnica del miedo pese haber sido educada en esa escuela. Y en la del respeto.
Cuestión de métodos.