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Había comprado un lote de libros viejos a insistencia de su esposa. Él confió en la intuición de ella y resolvió la operación obteniendo un préstamo con intereses altos y dejando en garantía el resto de sus propiedades.
—Con una joya que te encuentres, será suficiente para hacernos ricos.

La biblioteca perteneció a una familia que llegó en el siglo pasado proveniente de Europa. Se encerró días y noches entre libros viciados de tiempo. Los últimos meses los pasó alejado de los eventos sociales con el objetivo de encontrar un volumen que tuviese alto valor en el mercado y que le permitiese salir airoso de sus acreedores. Alicia, su compañera, lo asistía, motivándolo a que vendrían días de rosas, vino, placer. El cansancio, la lectura de veinte horas diarias hacia que algunas veces su esposa lo encontrase dormido sobre las pastas de los libros.

Esa noche, fatigado por la lectura y después del despertar en la hora que los gallos descorchaban la alborada, sin explicarse cómo, logró comprender un texto sobre recetas y hechizos escrito en latín. En la mañana, cuando su mujer llevaba café y panecillos, lo encontró ensimismado. Dejó a su lado el aromático y se retiró en silencio. Algo encontró.

Horas después había redactado dos cartas. En una decía lo que todo el que se va a suicidar dice: “No se culpe a nadie de mi muerte”; y al final: “dejo todos mis bienes, pólizas y seguros a mi amada esposa”. La segunda carta dirigida a su cónyuge: “Como sabes, nos casamos por bienes separados, así que no tienes por qué pagar mis deudas. Entiérrame de tal manera que tú, sin ayuda de nadie, puedas rescatarme. Estaré en un estado catatónico y al mes exacto, volveré a mi conciencia”. Destruye la carta y este viejo libro redactado en latín.

Entre los rezos, el novenario, los abrazos de condolencia se pasó el tiempo. Los acreedores se retiraron y el día previsto, ella canturreaba bajo el velo, vestida de duelo. Cuando caminaba hacia el cementerio, el viento zarandeaba sus ropas. Casi al llegar a la tumba, llamó al mozo del cementerio y ordenó que mantuviera limpia la tumba, que los floreros estuviesen relucientes y que nunca faltasen rosas blancas que eran de la preferencia del finado. La gente la veía con el rosario, los ojos hundidos y un manto de agua que humedecía el pañuelo; y cómo en los caminos solitarios, parecía a la distancia una enorme mariposa negra que se perdía entre la arboleda de aquella tarde vieja.

Texto agregado el 02-11-2018, y leído por 176 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
09-11-2018 No lo había leído y hoy a insistencia de Daina vine a este cementerio a ver que pasaba y me pareció ver como una gran imagen surrealista parecida a una mariposa negra volaba de tumba en tumba... vicenterreramarquez
04-11-2018 Estupendo lenguaje e historia ***** grilo
03-11-2018 jaja buenísimo. De todo mi retorcido gusto!! Un abrazo, sheisan
03-11-2018 Ahhhhh... Impregnado una sensación de místerio. Que pasará? Cinco aullidos imaginando yar-
03-11-2018 Como en "Niebla" de Unamuno, me presento ante el escritor a protestar, en nombre de la mariposa negra. No puede quedarse así ese pobre hombre. Tienes que sacarte otro hechizo de la manga para deshacer el anterior y volverlo a su ser. Busca, busca, en ese libro en latín,... Daiana
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