Mi zaino se me acerca. Está molesto. Hace tiempo que no le doy avena. Ni mucho menos azúcar.
Me dice:
- Esto se está poniendo bravo. Mucha miseria pa’ un animal que siempre tira pa’ elante.
- No…, bueno mi potro, es que salió mala la cosecha.
- ¿Y si me rebelara? Ando con ganas de hacer un paro indeterminado con toda determinación.
- No se me ponga así mi potraaazoooo, deme una chance de resarcirlo. Ya mesmo voy pa’l pueblo a buscarle avena.
- Ahaa, sí, ¿caminando?
- No sea malitoooo mi caballito querido, ¿no ve que el viaje es pa’ beneficio suyo?
- Claro, me gasto en el galope la energía que dan cien gramos de avena, y seguro que no me va a dar más de cincuenta. Lo conozco, bien agarrado. Y así termino más débil que antes.
- Le juro que le doy la bolsa completa.
- No le creo gaucho embustero.
- Y le traigo unos terrones de azúcar, de postre.
- Mire, la última vez que en este rancho hubo azúcar, fue cuando la patrona hizo el merengue, allá por el 2004.
No, gracias. Vaya caminando si quiere. Unas cuatro horas al tranco lento en alpargatas, le va a ayudar a bajar esa panza.
Mi corazón latía con fuerza. Este animal intimidante me tenía acorralado.
Comencé a transpirar.
Se me acercó un poco más, y ya sentía su respiración. Cuando creí que iba a morderme, su lengua áspera me despertó dándome besos en la cara.
¡Santos sueños engañosos!
Si mi potro no me avisa, me creo tuita la historia.
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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 25/10/2016.
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