El paso se abrirá cuando
la nieve se derrita, susurra
el viento en mi oído y
yo me lo repito para
persuadirme mientras una
gran hueste avanza sobre
la línea divisoria entre la absurda
victoria y la gloriosa muerte,
con prisa suasoria.
Y nada de eso evita
que me remonte a un
pasado de hojarasca,
de risas infantiles,
de la caricia de una mano
amada y destinada a mí.
Su tibieza, su delicado
y experto recorrido por mi rostro.
Como recuerdo aquellos robles,
esas hojas con sus
característicos lóbulos.
Como extraño el reflejo del ocaso en el lago,
el palpitar de las hojas al caer en este.
La hojarasca se ha extraviado,
las risas se han callado,
la caricia se desvanece,
los robles quizá
ya no estén.
El lago se secó y el reflejo
en él se ha quebrado.
El ocaso se empaña de lágrimas
y el estrepitoso ruido
de un enfrentamiento inminente,
me avisa que, males se ciernen
sobre el mundo, que la
inmortalidad es tan solo un
efímero deseo, que la sabiduría
al final golpea enseñando
el secreto en la roca.
Que la vida a veces insensata es,
que lo que fueron sueños,
hoy son abrojos; que el valor,
la lealtad, el amor, son tránsitos.
Comprendiendo así, mi muerte,
en muchas ocasiones.
Levanto la mirada, me muevo
hacia la espada de la resolución
que se hiende en mi historia,
tiñendo de rojo carmesí
mi pensamiento.
Entre tanto mi alma
se escapa por la herida
a causa del objeto contundente
de la verdad.
Si volviese a nacer
no cambiaría esta desgarradora
escena,
este artífice de la pobre vida.
Si volviese a nacer seria
primavera,
derretiría la nieve,
abriría paso.
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