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El espejo.

¿Quién hubiera pensado que un espejo cambiaría radicalmente mi vida?
Nací en esta casa, al igual que mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo.
Es una casa que tiene casi doscientos años, pero no es una casa cualquiera, fue construida para ser una estancia, por mi bisabuelo, y heredada de padre a hijo hasta llegar a mi.
El espejo se encontraba justo en el centro de la pared sur del comedor, jamás fue movido de su lugar, no había motivo y además que por su tamaño era casi imposible.
Se, por lo que me contaron, que fue traído por mi bisabuelo, desde Francia, igual que todos los muebles de la casa que aún se conservan en uso.
Con el tiempo, la estancia ya no es tal, sólo queda la casa, pero tan majestuosa como el primer día, las vacas y las ovejas, han ido desapareciendo.
No había en el país, persona alguna que no conociera nuestra casa y últimamente, desde que soy el propietario, la he abierto al público pues sus muebles y la casa misma, son una reliquia histórica de un pasado no tan lejano.
Mi familia fue desapareciendo, como ocurre con las antiguas familias que se van separando de a poco, debido a casamientos, viajes o defunciones.
En la actualidad sólo quedo yo, que aún no me he casado ni formado una nueva familia.
Mi nombre es Joaquín Bermudez, me llamo igual que mi bisabuelo al que no pude conocer por razones obvias pero que al parecer, por su retrato que adorna una de las paredes, me
parezco mucho.
Cuando mi bisabuelo construyó la casa, también hizo una cabaña, al fondo de la misma, para uso de su capataz y su familia, hombre de su confianza y amigo.
Así vivían por aquella época, nuestra familia en la casa y la familia del capataz en la cabaña que aún hoy es ocupada por el bisnieto del capataz y su familia.
Enrique Valenzuela, ese era el nombre del capataz y según los comentarios de la familia a través de los años, supe que era como un hermano para mi bisabuelo, no solo compartían el trabajo sino que los dos eran grandes jugadores y en sus ratos libres, que no eran muchos, jugaban a las cartas solos o junto a otros estancieros de la zona.
Debo decir que mi casa está ubicada en Punta del Este pero que en esa época en la que fue construida, dicha ciudad aún no existía por lo menos tal cual es ahora, todo era campo, por tal motivo el valor de la misma es incalculable.
Volviendo al espejo, creo que jamás voy a olvidarlo, como tampoco el antiguo refrán que dice que romper un espejo trae siete años de desgracia.
Aunque no lo crean, en mi caso es diferente, el haberse roto dicho espejo me ha liberado de una carga de la cual antes no me había dado cuenta, la casa, mi casa, obtenida por herencia y de la cual me sentía tan orgulloso.
En este momento me dirijo a la cabaña del biznieto del antiguo capataz a entregarle los títulos de la casa, se los merece, es suya de la misma manera que fue mía antes de saber la verdad, por legítima herencia.
Puede parecer extraño pero creo que ahora sí voy a vivir mi propia vida, la que viví hasta ahora era prestada a pesar de que yo no lo sabía.
Volviendo otra vez al espejo, protagonista de todo lo ocurrido en esta historia, hoy, al levantarme y pasar frente a dicho espejo, de repente y sin que nadie lo tocara, cayó al suelo rompiéndose en millones de fragmentos que quedaron esparcidos sobre la vieja alfombra.
Luego de recuperarme del susto que me produjo, no solo el hecho de haberse roto algo tan valioso sino que nadie lo provocó, cuando comencé a juntar lo que quedaba de él, descubrí, en el lugar que ocupaba dicho espejo, un papel pegado a la pared, tan amarillo que sentía miedo hasta de tocarlo por temor a que se deshiciera por lo viejo que era.
Era una carta dentro de un sobre cerrado y lacrado, al leerla cuidadosamente descubrí algo que va a cambiar mi vida radicalmente y no solo la mía, también la del jardinero, el biznieto del capataz Valenzuela.
La carta decía lo siguiente:
___24 de enero de 18…
Mi nombre es Joaquín Bermudez, soy el propietario de la estancia donde vivo junto a mi familia por haberla construido con mis propias manos para este fin.
Debo decirles que a pesar de que soy un gran trabajador, soy una persona muy débil de carácter y además un jugador que muchas veces no mide las consecuencias de sus actos al jugar.
El 20 de enero de 18.. como tantas otras veces, me reuní con mi capataz a jugar una partida de cartas, nada hacía pensar en ese momento que mi vida tendría un giro tan importante, luego de habernos tomado unos cuantos tragos, sin presencia de nadie, mi capataz, Enrique Valenzuela me ganó la casa que yo inconcientemente puse en juego.
Me la ganó limpiamente, sin trampas, honestamente, me hago cargo y asumo toda la responsabilidad pero como dije antes, soy un ser débil y perder la estancia significaría volver a empezar y dejar a mi familia en la calle, perder toda mi vida por un juego.
Ese mismo día, luego de la partida de cartas, Enrique Valenzuela, quizá debido a la emoción sufrió un infarto y falleció sin que nadie de su familia ni de la mía se enterara de lo que había ocurrido respecto al juego, de que él era legítimamente el dueño de la estancia.
Por supuesto, corrí con los gastos de sepelio pero jamás abrí la boca ni siquiera a mi esposa le conté lo ocurrido, soy débil pero no estúpido y así la estancia continuó en mi poder y el de mi familia pero como a pesar de todo sé que lo que hice no estuvo bien y mi consciencia a empezado a hacer de las suyas, dejo constancia en esta carta, que la casa, con todos sus muebles, pertenecen a la familia Valenzuela, si algún día, alguno de mis descendientes encuentra esta carta y es más honesto que yo, entréguela o haga como hice yo y rómpala para que la casa siga perteneciendo a nuestra familia.
Joaquín Bermudez.
Por eso digo que mi vida va a cambiar, me parezco físicamente, mucho a mi bisabuelo pero creo que soy más honesto que él y mi consciencia me remordería por el resto de mi vida si no hiciera lo correcto, hacer pública esta carta.
Mi vida, que hasta ahora había sido un poco aburrida por la soledad, va a cambiar, estoy pensando seriamente en formar una familia, casarme y tener hijos, lejos de esta casa, tengo ahorros que no gasté nunca porque no tenía necesidad de hacerlo así es que puedo depender de mi mismo sin necesidad de falsas herencias.
La mezquindad no es mi estilo y ¿Quién sabe? Quizá Nicolás Valenzuela, el bisnieto del capataz se merezca la casa más que yo.
Omenia

Texto agregado el 31-10-2018, y leído por 164 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
01-11-2018 Interesante historia. Pareciera de otro siglo, otro tiempo. Cinco aullidos yar-
31-10-2018 Muy buena historia Ome! no pude dejar de leerla. Tenés una gran imaginación para hacer buenos cuentos. Besitos. Magda gmmagdalena
31-10-2018 Entretenida trama y mejor final, al parecer desde bisabuelo hasta biznieto cada generación fue cambiando un poco hasta lograr honradez total. —Como siempre, me gustó tu cuento. vicenterreramarquez
31-10-2018 Ome querida, algunos de tus personajes son increíbles por lo honestos. Ojalá haya todavía gente así. Te mando un beso dulce. MujerDiosa
31-10-2018 Este cuento con moraleja incluida es increíble. Cómo pudo el bisabuelo jugarse la estancia tan livianamente en un partido de truco? A cambio de qué? Estaba ebrio? Tal vez lo que movió al nieto a entregar la estancia familiar fue la superstición del espejo roto. Lo bueno que fue movido a empezar una nueva vida. Clorinda
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