El monte, pleno de vegetación silvestre, alberga en su soledad casas de barro y piedra muy humildes, de labradores huraños y animales flacos.
Aquel viernes, víspera de todos los santos, la luna asomaba inmensa por detrás de los cerros. Solo algunas nubes teñidas de gris se interponían de vez en cuando, oscureciendo con su sombra la diáfana luz azulada, transformando el apacible campo, en un cuadro fantasmal. De improviso, un estremecedor aullido desgarró la quietud de la noche. Edelmira despertó asustada. Tal vez haya sido una pesadilla, pensó, mientras esperaba a que se repitiese algún ruido. El sueño quedó suspendido, flotando ligero en el aire.
Tras unos minutos de silencio, volvió la tranquilidad a su cuerpo. Se dispuso a seguir durmiendo, pero los furiosos ladridos de los perros provocaron que los vellos de sus brazos se erizaran. De inmediato sintió otro aullido, cercano, aterrador, tanto como el repentino silencio de sus propios animales. Tanteó el costado de la cama para despertar a su marido, recordó que no estaba. Un tío había muerto y debió viajar a la ciudad. Estaba sola.
Se levantó y fue al dormitorio de Tomás y Martín, sus hijos menores. En la penumbra, pudo ver los pequeños bultos de sus cuerpos dormidos. Aquello le tranquilizó. Cerró con sigilo el cuarto, luego comprobó el madero que trancaba la puerta principal, nerviosa se percató que lo había olvidado, lo fijó presurosa.
Miró por la ventana. Nada, solo lo habitual. A lo lejos, la silueta del cementerio se dibujaba de negro sobre la colina. Sus manos temblaban mientras intentaba encender una vela. El repentino sonido de latas que caían en la parte trasera de la casa le hizo soltar el cerillo.
Corrió a la ventana de su dormitorio. Con sumo cuidado deslizó el visillo y miró. Lo que vio le heló la sangre; algo que parecía un perro, con orejas puntiagudas y pelaje blanco, caminaba bordeando la casa. Pero lo más aterrador, era que lo hacía en dos patas, como un humano. Se movía en silencio, revolviéndolo todo. De vez en cuando se erguía aún más, olfateando la espesura del aire. De pronto giró, y sus ojos encendidos como brazas se encontraron con los suyos.
Edelmira se dejó caer, ahogando un grito. Tardó unos minutos en recuperar su aplomo. Pegada al suelo y con mucho más cuidado que la vez anterior, volvió a asomarse con lentitud, aguantando la respiración. Todo parecía normal, tanto, que pensó que su mente le había jugado una mala pasada. Se acercó aún más al vidrio para observar, pero se vio sorprendida por las patas del animal que se apoyaron del otro lado, golpeando justo frente a su rostro. A pesar de lo oscuro, pudo vislumbrar sus enormes colmillos y la baba espesa que caía por el costado de su hocico. Luego escuchó un gruñido sordo.
El grito le salió de las entrañas. Desesperada y por instinto, tomó la escopeta.
Los gritos de sus hijos se mezclaron con los de ella al escuchar los feroces arañazos del monstruo sobre la puerta, sus reiterados embates la sacudían brutalmente, amenazando con desplomarla.
Tres veces disparó Edelmira contra la puerta.
Tres agujeros de los que manaba sangre del pecho de Juan, el hijo mayor de Edelmira, en su inocente traje de lobo.
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Feliz Halloween les desean HectorFari y Sheisan con este cuento que mezcla la leyenda del Lobizón, Fiesta de Samhain, y la noche de Todos los Santos!!! |