Hoy quiero dejar en claro que me arrepiento de llorar. Sí, así es, me arrepiento de cada lágrima que ha brotado de mis ojos. Y es que ¿Para qué lloramos? Sí, sí, lo sé. Necesitamos ese humectante natural y biológico. Pero socialmente ¿Para qué lloramos? Cada vez que algún conocido fallece soltamos o no alguna lágrima tras su partida. Pero como todo es un continuo también podemos llorar cuando nace algún ser humano. Pero ese llanto es de felicidad. El cual aún no he tenido el placer de sentir. Mi felicidad se manifiesta en la risa, en la sonrisa, incluso en el color de mi rostro, puesto que parece más vivo.
Pero yo sólo me arrepiento del llanto de la amargura, de la tristeza, de la soledad y de la falta de amor. Más el último. He amado y he sido amado. Pero no siempre es así. A pesar de lo inmenso que puedo amar, aún así he provocado el llanto en algún ser amado. Pero ese llanto no lo lamento. Sólo el que recorre mis párpados inferiores, el que llega a mis mejillas y alguna vez ha tocado mis labios. Ese sabor salado no es por la composición química de la lágrima. Eso es lo que quieren que creamos. En verdad debemos hacer caso a los poetas, a los locos, pues ellos consideran que el sabor salado de las lágrimas se debe a que contienen todos nuestros pesares, nuestras angustias, todo lo malo. En pocas palabras la bilis.
Se preguntaran –y en verdad es una buena pregunta- qué es lo que me lleva a arrepentirme de mis impulsos por llorar. No es que me considere un macho, ni mucho menos me criaron de tal forma. Lo que pasa es que mis lágrimas son muy saladas. Trato de vivir la vida de manera segura. No arriesgo nada. Lo poco que tengo se los debo a mis padres, a mí mismo. Pero en cuestión de amor es ahí donde estoy perdido.
¿Por qué dos seres que se aman discuten? Ah, es que es un mundo heterogéneo, lleno de diversidad, a la vez está lleno de desconfianza, de individualismo. ¿Cómo confiar en el otro? Sí yo fuera el otro no confiaría en mí. Creo que el primer amor duele, pero también el segundo, el tercero y todos los demás. Yo apenas voy en el primero, me rehúso a llegar a un segundo amor. Bastante bien me siento donde estoy. Sólo que la depresión llega en los momentos más inoportunos. Cuando crees que todo marcha bien, cuando menos te lo esperas, aparece la depresión.
Y que esperas de tu pareja: pues que te trate suavemente. Si tu pareja fuera la deprimida tú la tratarías así. Pero si crees que la depresión es mala, cuidado, ahí te va algo peor. ¿Qué pasa si tanto tú como tu pareja andan deprimidos? ¿No te esperabas eso verdad? Pues yo tampoco. Déjame decirte algo: Hoy lloré, sí, así es.
Hoy me siento deprimido, hoy me hace falta un abrazo. Pero no cualquier abrazo. Sólo mi ser amado puede darme ese calor que necesito. Pero si al menos supiera como me siento. No es nada bueno estar deprimido, pero es peor tener que confesarle a alguien cómo te sientes para que tome las acciones adecuadas. Y eso si es que las toma. Que maravilloso sería que la persona que amas y que a la vez te ama supiera cuando estas deprimido. Y sin que tú lo pidieras te diera un fuerte abrazo. Protegiéndote de este mundo, de tu mundo pesado y gris.
Es por eso que hoy renuncio a mí legítimo derecho biológico, social y sentimental de producir lágrimas de tristeza. No quiero volver a llorar por la persona que amo. Quiero luchar por un amor en el que sólo haya risas y sonrisas, rostros cálidos y mejillas secas. Quiero ser feliz al lado de ese cuerpo cálido, misterioso, casi divino. Ese cuerpo, esa mente y ese espíritu que conocí porque así lo quiso el destino.
No más lágrimas en mis ojos. Eso también significa que rechazo los gestos y las palabras así como las letras que me provoquen llanto, tristeza o dolor. Tal vez sea todo esto una tontería, pensamientos absurdos pero sugestivos. Pareciera un mundo ideal, pero... ¿Alguien más renuncia a su llanto?
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