–¿Disfrutar? –se carcajeó el Lord–. En realidad, no lo hago. En mis venas corre la sangre de ellos; por supuesto. Pero cómo has de saber mi máquina está parada, estoy frío y por mis venas solo corre la basura que deja esta sociedad. No soy capaz de sentir frío o calor; mis sensores se encuentran en un letargo eterno.
–Ya que es así –continuó el inquisidor–, ¿Por qué no simplemente, degollar a la víctima y punto?
–Así como el “ganado”, es la carne humana. No debes asustarlos para que la sangre permanezca en el cuerpo más tiempo. Un pequeño hábito alimenticio, algo así como un fetiche.
–Usted podría llamarse un sádico.
–No ofenda mi estatus –frunció el ceño ante el término–, es poco aristocrático decir eso, yo prefiero algo como llevar a mis víctimas a vivir de nuevo.
–Eso hace las cosas aún peor –murmuró entre dientes–, no ama, pareciera estarlo haciendo, cuando en realidad se está burlando de la vida. De los centenares de años que ha vivido Conde…
–¿Y usted no? –inquirió de vuelta–, no recuerdo que esté vivo ni mucho menos que haya dejado su placer por la sangre.
–A diferencia de que no colecciono los cuerpos de mis ex amantes en un salón, desnudos y en su máxima expresión de placer, ¿Ha visto tal aberración en sus acciones?
–¿Es usted entonces un sensiblero que ha llorado una muerte después de haber visto muchas y causado cientos?
–Yo no lo diría de ese modo, a veces… usted tiene tan poco tacto al decir las cosas que se vuelve doloroso.
–¿Dolor...? Lo dije quién me acusa de ser el prospecto de esos “Herejes” que describe la iglesia humana –bufó con indignidad.
El Inquisidor calló por unos segundos, pensando en su próxima respuesta, y el Conde habló de nuevo –¿Misericordioso tal vez?
–Nostálgico, quizá –hizo un gesto genuino. |