Sus piernas se tensaban, su cuerpo luchaba y se sacudía con violencia. La saliva emanaba de su boca –en compañía de espasmos irregulares, ahora no solo saliva, bilis y parte del bolo alimenticio–, sus manos no podían liberarse de aquella restricción invisible. El miedo llenó sus ojos, su corazón paralizado y el vello de sus brazos erizado, sumando a la ira que se desataba. No podía ver a su captor. Deseaba gritar, pero estaba perdiendo la consciencia; algo o alguien lo estaba estrangulando. Era una sensación de rotura y aferro, dolía y cayó en la somnolencia.