La tenue luz que a través de los postigos
cruza sin permiso, me enseña el camino hacia tu lecho,
mientras atravieso el presentimiento de tu pasillo,
el Aqueronte de tus influjos seductores,
los artificios de tu silueta;
y resultan exiguos mis intentos por razonar.
Abúlico, me acerco cada vez más,
perdiendo la esperanza de salir indemne.
Abro la puerta del letargo y estás tú, desnuda,
con la fatal inocencia de musa griega
sobre el parnaso, guiándome, sin advertirlo, hasta la pira
de tu amor. Con una copa de vino en una mano y un libro de gramática en la otra.
Te amo y te aborrezco, sustrato elocuente de pecado original. Quiero auscultar cada centímetro de tu cuerpo,
quiero en lágrimas expresar la cólera que me causa tú
ininteligible existencia.
Quiero, iracundo, expresar la libido que me provocas.
Quiero extinguirme sobre tu piel convicta.
Quiero antes del amanecer, partir, con alguna conmiseración que me desligue de esta austeridad.
Porque te amo demasiado.
|