La cálida oscuridad de tus palabras
me retuercen en el umbral de la inocencia.
Oscuros rezos que mi alma plega.
Retenerte en la mirada,
adorarte en mi condena:
la de saberme nada.
Solo quiero quererte,
quererte como la trucha al trucho,
como el truco del almendruco.
Si llaman y preguntan por mí,
diles que estoy muerto,
o que estoy cagando,
da lo mismo.
No quiero escuchar sus palabras,
sus dulces palabras,
diciendome que huelo
a mortadela con aceitunas.
Si alguna vez vuelvo a nacer,
quiero ser de Chochonia
para defender con orgullo
el olor a calcetín.
Ese olor es el que me hace humano.