Muere la mano que pulsa las cuerdas de la guitarra en Granada y García Lorca suspira.
Muere el esqueleto que sustentaba el cuerpo de la ciudad de París, mientras grita la Torre Eiffel.
Muere el vino de la botella que nos quedaba, de mal saboreado.
Muere el reloj digital, cuyos minutos en rojo ya no anuncian la llegada de nada extraordinario.
Muere el canto del lobo, montaraz, en lo alto de aquellas laderas entre las nubes, mis nubarrones.
Mueren las canciones de Leonard Cohen, se las llevó tras él.
Muere el bullicio de la Gran Vía que se quedaba parado cuando nos veía pasar.
Sabines ha dejado de fumar y se ha rendido de reunir todo el amor del mundo.
Dudo si alguna vez vivió el Sol en esa Luna que me arañaba las entrañas con durísimas ausencias y muero para ti.
Mueren sin Juicio aquellos arañazos a la más dulce espera, al saxo de Kenny G.
Así que el sol, solo es el sol, y la luna, solo es la luna.
Tú, solo eres tú.
El misterio de la vida y el misterio de la muerte, seguirán siendo misterios más que nunca.
Cuelgo mi traje de exploradora, me aprieta mucho.
Lo fui cambiando por un chaleco antibalas poco a poco. Dos minutos eran dos balas, son, dos balas para mí.
Y al fondo, escucho un grito; o un susurro, o un suspiro, …
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