Hace unos días atrás me aconteció un malestar estomacal y desde ese día perdí gran parte del apetito. En el periodo que duró tal indisposición me limitaba a tomar sorbos de agua y tazas de té negro en hebras, igualmente terminaba con leves dolores en el vientre. Para agrandar tal infortunio había perdido el trabajo, así que era una desempleada con una salud desfavorable.
Pasaron los días y las agujas del reloj acaecían rápidas para hacerme saber sobre la brevedad de tiempo humano. No tardé tanto en retomar de nuevo la escritura y la lectura, libros como “Beautiful Losers” de Leonard Cohen y los “Diarios” de Alejandra Pizarnik daban de comer a mi materia gris, las imposiciones del mundo me habían abandonado y de alguna forma era libre. Escribir y abrir la psiquis contra el papel, escuchar los silencios que denotaban incomprensión y sabiduría, mi conciencia era lo único que poseía.
Una vez que me repuse del malestar de mi organismo retomé las comidas diarias pero ya no tenía hambre, es decir, comía pequeñas raciones de alimento y me sentía satisfecha. Todos los alimentos aburrían mi mente, comer para vivir y con qué sentido llenarse de grasas y nutrientes que luego terminarían en desperdicios. No soy una irracional, sé de los beneficios de los alimentos para la supervivencia de todo organismo pero simplemente puedo decirles que la comida comenzó a aburrirme, hasta mis platos favoritos habían perdido su encanto.
Hoy me vi al espejo y me reconocí, otros me han dicho que me veo más delgada pero yo sólo puedo escribir, leer y observar cómo corre el tiempo. No fumo ni bebo porque no tengo vicios.
El cuadro de mi ventana deja entrever un árbol que ha comenzado a florecer y un amplio cielo azul que me dan señales de que ha llegado la primavera. La vida es diferente cuando se la contempla con el estómago vacío y la mirada descubierta, los sentidos están alertas hacia el llamado de la verdadera naturaleza.
Hoy leí en el periódico que en un Zoológico de Venezuela los animales se están muriendo de desnutrición, los encargados los matan para que puedan vivir otros que tarde o temprano padecerán el mismo final. En estas instancias abstractas es donde me replanteo el devenir de la humanidad y recito desde el instinto el interrogante de Aldous Huxley, “¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?”.
El mundo ya no es un lugar habitable y pienso en la muerte, pienso en la vida, pienso en Jacinta y tengo la necesidad de ir a verla, tengo la inquietud de ofrendarle un poema desde las entrañas de mi ser. Jacinta tiene una parte de mí en su espíritu bohemio, al verla me veo reflejada, redescubro mi esencia cuando la miro a los ojos y la estrecho en un abrazo que me llena de humanidad.
Entre tantas ausencias tengo la utópica necesidad de buscar presencias que iluminen el sendero de mis días, y que me acompañen hacia la travesía de los días que vendrán.
Sigo sin hambre pero escribo, se me secan los labios y tomo un largo sorbo de agua que renueva la lucidez. La tarde me invita a salir mientras el gato sigue mis pasos con su mirada de lucero, me vigila y viene a mi encuentro a tirarse panza arriba sobre mis pies. Lo acaricio y contrae su cabeza sobre mis manos buscando satisfacer su regocijo.
La salud desfavorable, el talento, el desempleo, la inspiración, la escritura, Pizarnik, Huxley, Cohen, el zoológico, Jacinta, las agujas del reloj, mi mueca en el espejo, la ausencia de apetito, la búsqueda de presencias màgicas, el afecto en las pupilas del gato, Pink Floyd cantándome “Green is the colour” desde una escueta grabadora, la orina brillante sobre el césped, la llegada de la primavera, el cuadro de la ventana... esas imágenes pendían como estrellas en la memoria remota de mi mente y a pesar del dolor, estaba despierta.
Estaba retornando de vuelta hacía mí misma y a pesar de no tener nada tampoco carecía de faltas, podría tenerlo todo si me lo proponía y no hablo de lo material sino del
corazón.
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