Aquel hombre había cogido tanta fama que venían de todos los sitios a insultarlo. Con la connivencia de las autoridades y sus agentes( que decidieron hacer una excepción para aquel caso). No había Tribunal que pusiera aquellos hechos bajo su punto de mira. Había unanimidad absoluta. Aquel hombre se había enquistado en las conciencias de todo el mundo. Y es que se demostró que la vida era un juego. De vanidades, además, el juego. Después de lapidado- muchos años después- a alguien se le ocurrió rescatar su memoria, precisamente para justificar seguir lapidando a otros. Todo eran ofensas al primer condenado por unanimidad, hacía ya un tiempo. Y hasta hubo quienes hicieron profesión de ello. De haber Dios ya los habría fulminado.