Las tonterías que dice el tío( advertía a los niños Paco Ronchas), no las hagáis. Ni tampoco lo que me veáis hacer. Muchos golpes se evitó aquella casa con tales admoniciones, pero no hasta el punto de erradicarlos.
Son sólo narraciones para matar el tiempo- continuaba Paco Ronchas.
Y es que en nuestra casa, cuando se había echado encima la noche y durante el invierno, al calor de la lumbre de la gran chimenea con que contaba la vivienda, el tío Paco entretenía la velada con lo primero que se le venía a la imaginación. Pero tenía la prevención el hombre de advertirnos de los peligros de la imitación y el comportamiento vicario en general, sabedor de tal tendencia. Y aunque procuraba que en sus narraciones no hubiera hechos que supusieran peligros ciertos, algunas veces no podía evitar introducir material para temerarios.
Tanto es así que un buen día me subí a una sarmentera- depósito de sarmientos de vides, muy apropiados para encender caldas- provisto de los elementos oportunos que habrían de hacer de mí el primer niño volador de la Manchuela. Ni que decir tiene que aterricé antes de lo previsto, dándome de bruces contra el suelo. Ni tampoco- hay que decir, me refiero- que la gabardina del tío Paco dejó de funcionar como ala delta por mucho que la sujetara por los extremos con las manos y la llevara abierta. Muy al contrario, quedó hecha un asco, y hasta tal punto, que dejó de servir también para su fin primario. A partir de entonces hubo especial prevención hacia mi persona. Se puede señalar, incluso, que concité la atención de todos los puntos de mira de aquella casa, a modo de garbanzo negro. Menos mal que el tío Paco Ronchas- principal perjudicado de aquella aventura aeronáutica-, además de imaginación tenía sentido del humor y fue mi principal valedor en aquella historia.
Razón por la cual, aunque no fui el primer volador, sí fui el primer chico del barrio en tener patinete, y también-el primero, me refiero- en darse con uno la primera hostia. Llevándose una reprimenda de mi madre- el tío Ronchas- de paso, por cierto.
Y es que el hombre no acertaba con nada, motivo por el cual estuvo siempre bastante aburrido mientras duró su estancia en el mundo y en aquella casa. Dios lo tenga en su gloria al tío Paco Ronchas. Aquel pueblo y aquella familia se le quedaban pequeños al tío- abuelo Ronchas- fue lo que pensé que debía venir escrito como epitafio sobre su lápida, haciendo a la familia sabedora. Con ningún éxito, ni que decir tiene. Y es que me parece que voy a ser yo en tal familia el siguiente Paco Ronchas. |