pérfida y sultana se extiende la sombra del que camina,
tras el fragor de la batalla, con la última luz que se destina.
De pasos que avanzan comparables solo con la caída de un emperador.
Ahora se difumina toda distinción con la homilía como huella de su estertor.
Con una mirada sin comienzo ni final, como una fuerza abstracta rebosante de temor.
Y la pupila cual linterna de Diógenes, como dos artificios, alejan su miedo del sopor.
Y así la penumbra hilada al horizonte, contempla aquel paisaje basto, y solo la muerte sobrevive atravesada por el cansino viento. Testigo fiel de escena sin igual, parida por instinto, que sucumbe al valor de elegir, pero nunca al tiempo.