LA MUJER DE LOS DOS ROSTROS – CAPITULO VIII
El embajador tenía a sus vendedoras infiltradas en la embajada, eran hermosas mujeres que se hacían pasar por ejecutivas.
Francheska se dio cuenta de que había muchas mujeres metidas en eso, y pensó, tengo que hacerles un regalito a mis hombres, y para eso tengo que organizar una fiesta en la mansión de Martiña.
Al siguiente día, invitó al Embajador y a grandes personalidades del círculo social donde ella se desenvolvía, también le dijo al Embajador que llevara a sus hermosas empleadas para hacer más agradable la velada. Le dio la noche libre a sus hombres Xs y les dijo que se vistieran bien elegantes que la habían invitado a una fiesta casa de la Señorita Martiña y ella quería que ellos fueran haciéndose pasar por hombres de negocio y disfrutaran la fiesta y se supieran comportar, que ella los quería premiar por lo exitoso de la operación del cargamento, y los despistó diciéndole que ella no iría porque se sentía cansada.
Los hombres Xs estaban contentos porque tenían tiempo que no se iban de fiesta, porque ellos salían a ver a sus mujeres dos veces por mes, salían unos primeros y otros después.
Martiña estaba bellísima, tenía cautivado al Embajador; estaba toda amable atendiendo a todos sus invitados, que bailaban y disfrutaban de la velada. Manolette no podía soportar los celos y trataba de bailar con ella; ésta se da cuenta y habla con él, y le dijo: aquí hay muchas mujeres hermosas que puedes bailar y disfrutar con alguna de ellas, para eso hice esta fiesta para premiar a mis hombres Xs por lo del cargamento y hacer que ellos disfruten.
Martiña se aleja un poco de sus invitados que alegremente disfrutan la velada, y llama a Manolette, su hombre de absoluta confianza, y le dice, quiero que me hagas un trabajito, - mande jefa - No me digas jefa aquí, se lo dijo en un tono desafiante; te pueden oír mis hombres y no quiero que me asocien con Francheska, luego sigue hablando y le señala a un hombre, y le dice, quiero que lo subas al cuarto de huésped, golpéalo sin lastimarlo y lo amarras, que ese me debe una, después yo subo.
Ella siguió bailando y disfrutando.
Pasado algunos minutos el Embajador le pide a Martiña que toque el Violín, ella acepta su petición y sube hacia el gran salón donde reposan los instrumentos musicales, pero antes pasa por el cuarto de huésped, abre la puerta y ve al hombre amarrado y golpeado, en esos momentos sus ojos relampagueaban como expidiendo chispas de rabia, habló con él y le preguntó: ¿sabes quién soy yo?, él le respondió, por supuesto, usted es la Señorita Martiña, amiga del Embajador. Sí, tonto, le dice ella con rabia, pero también soy la monjita a quien te atreviste a tocarle las piernas, ahora me conoces mejor y sal a disfrutar, si es que puedes. Él salió todo adolorido por los golpes propiciados por Manolette.
Martiña trae el violín y baja las escaleras con soltura y elegancia, atrayendo la mirada de todos sus invitados; en su rostro se le veía una expresión de satisfacción, ya había liberado su rabia acumulada.
Tomó el mejor ángulo del salón para tocar el violín, que en sus manos recobraba vida y alma con las notas, que vibraban esparciéndose con una inefable y hermosa melodía, que había compuesto ella desde su alma rota. Cuando terminó de tocar, todos la aplaudieron y ella les dio las gracias y les dijo que siguieran disfrutando que la noche era corta.
A media noche, en la fiesta apareció un hombre muy varonil que Martiña nunca había visto, ella se le acerca y le pregunta: ¿Quién te invitó? Él le contesta, soy invitado del Embajador. Oh, disculpa, si es así, bienvenido a mi casa. Él le dice: tú debes ser Martiña, el Embajador me ha hablado de ti, pero no sabía que eras tan bella, ella se sintió halagada y le agradó que la piropeara, ella lo encontraba varonil y mostraba una sonrisa perfecta.
Él se instaló en la mesa del Embajador junto a unas hermosas damas y no le quitaba la mirada de encima a Martiña, ella se sentía halagada, por primera vez le había impactado alguien.
Él se le acercó y le propuso bailar, ella muy emocionada aceptó, quería disfrutar el momento.
Lo que no sabía Martiña era que ese hombre era un infiltrado de FIP y estaba trabajando como asistente del Embajador, siguiéndole los pasos a éste.
Continúa…
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