Había que vencer el miedo, reescribirse en todos los días de la vida que me quedaron por vivir, en las palabras truncadas que quedaron por decir, en los odios que quedaron por gritar, en las agallas que quedaron por juntar, en los besos que no te volvería a dar, en la última mirada que nos remontaría hacia los instantes que fueron falsas proyecciones en la mente de dos locos que habían aprendido a vivir a través del daño y la omisión de los verdaderos sentimientos; en las lunas que quedaron por contemplar y en los soles extintos que, desde sus cenizas, aguardan la paleta de colores que en el interior de mi holocausto supe crear.
El amor vestía de muchas formas, reía en el suicida, lloraba en el bufón, cantaba en el loco, bailaba en el mutilado, latía en el corazón destrozado, se abría en la conciencia de quién ha sobrevivido a una infancia que se tendía a contemplar los horrores del mundo. El amor era la sublevación de los perdedores hermosos y la redención de éstos, fue el hallazgo de la luz que dejaron entrever las grietas de sus miserias primeras. El amor reposaba en la libertad que delimita la propiedad privada de creerse dueño del ser que se ama pero eso no es amor, la mentira no es amor, la imbecilidad de mi especie tampoco es un manifiesto de amor. Me he cruzado con muchos imbéciles, muchos poetas, muchos cantores de rocanroles que decantaban en los suburbios la melodía de sus canciones.
Tengo vocación de triste.
Tal vez en otra vida nuestras almas vuelvan a coincidir. Tengo que arreglar el alma, está rota, esparcida en mil pedazos y se ha entrado el viento del sur para enfriar el corazón y al son de la furia suenan las hojas que guardan la antología poética de todos mis demonios.
Los libros fueron todo lo que he tenido en esta vida, la música una compañera sensata que le daba cuerda a los pájaros que se agolpaban contra los muros de mi mente. He tenido mucho y a la vez, nunca tendré nada que ostentarle al porvenir.
Soy un animal herido pero ya no tengo miedo, las luces que mi conciencia ha encendido van apagando de a poco las penumbras que he habitado desde las trémulas edades de mi vieja alma. Un espíritu que carga sus cruces y sus vidas pasadas, peregrina y santa, princesa y mendiga.
Ya no voy a mendigar afecto, no intento convencer a nadie con mis acciones, el amor no se da a pedazos, se ofrece integro y libre, el amor de verdad no es una banalidad estúpida, una superficie de relaciones frívolas que decantan en el sexo y los destiempos de la carne. Amar es hacer lo imposible por hacerle bien a otro, por ser incondicional, amar es un abrazo que te arme el rompecabezas interno, una mirada, una sonrisa, dos manos entrelazadas donde se conectan las esencias. El amor es lo que le hace la lluvia a la tierra, el amor es el lado oscuro de la luna.
Tal vez nunca tuve suerte en el amor, ese amor que se da entre las personas, los tiempos en los que me tocó crecer se prestaron para el desamor, los seres humanos se han desencantado del mundo y del porvenir, se han sumido en la inercia de sus conciencias, el vacío los ha alienado con el miedo al futuro, el miedo a atreverse a vivir de una vez por todas.
Ya no tengo miedo, he perdido el miedo como he perdido muchas cosas en esta vida, era hora de comenzar a ganar, me había cansado de perder y ver pasar el tren que siempre despedía desde el andén de los que se desencantan del mundo. Iría a verte mañana pero no puedo, algo en mí es declive a la renuncia espontánea, vos tampoco podes, temes arriesgarte porque los días te han desesperanzado y te han llevado al amontonamiento colectivo.
El amor dado a patadas y la inteligencia como consecuencia de este vejamiento, los amigos que se fueron con los días del ayer, tu voz, mi boca pronunciando silencios, tus promesas, mi reflejo en el espejo buscándome, tu amor, mi amor, tus días de infancia, y las muertes de mi adolescencia.
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