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Esa tarde, Marisa percibió la mirada de Don Cosme y se ruborizó. Era un hombre elegante y pese a sus setenta y ocho años, lucía atractivo. Marisa miró a los demás; algunos charlaban animadamente, otros jugaban a las cartas o miraban televisión.
Don Cosme se acercó a ella y la invitó a dar un paseo por el jardín.
Sentados en un banquito cerca de los rosales recién florecidos, conversaron sobre el pasado. Ella recordó la casa donde había vivido durante su infancia; él, los trofeos ganados en algunas competencias deportivas. Estaban tan entretenidos que no notaban el paso de las horas.
Cosme se atrevió a confesarle su amor. Ella lo miró tímidamente a los ojos y le dijo que también lo amaba.
Cuando la tarde comenzó a declinar, una enfermera los condujo al salón comedor.
Luego de la cena, todos los ancianos se retiraron a descansar.
El corazón de Marisa había rejuvenecido. Cosme era feliz, aquella mujer le daba un nuevo sentido a su vida.
Por la mañana despertaron muy temprano, dejaron sus habitaciones, y más tarde, mientras tomaban el desayuno, cruzaron un par de miradas. Cosme observó a Marisa con curiosidad.
Ella tomó un sorbo de té y luego le preguntó a la enfermera:
-Ese señor tan elegante...¿Quién es?
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Texto agregado el 11-10-2018, y leído por 134
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