| A partir de la película Pan y chocolate (Nino Manfredi)
 
 
 El gallinero había quedado deshabitado, y media de alto, metro y medio. Así que los habitantes entraban  agachados, y las sillas habían  sido cortadas a la  mitad. Cuando salían seguían encorvados, pero tenían un lugar donde cobijarse.
 Mientras hubiera gallinas en el corral, tendrían trabajo. Las mataban, las desplumaban y mientras volaban las plumas por   doquier ellos festejaban otro día sin hambre.
 
 Por las ventanas del gallinero podían ver a los  hijos de los dueños. Altos, rubios, de grácil figura, holgazanes mientras ellos, petisos, negros, hambrientos y ceñudos, se sacudían las plumas con varios contoneos y sacudidas de sus cuerpos.
 
 Nino el más alto, decidió por fin cambiar, y teniendo comida en el estomago, fue al pueblo más cercano a modificar su cabello, para parecerse más a los hijos de los dueños.
 
 Cuando volvió lo miraron con desdén. Nino entonces supo lo que tenía que hacer. Por la mañana los cuerpos blancos y lampiños de los  hijos de los dueños, estaban rociados a lo ancho del lago, desnudos.
 Ya no lo hostigarían jamás.
 
 
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