Hacemos rueda, monorueda, porque siempre conduce el mismo, Matías. Yo soy una impuntual y apuro al límite, de modo que me retraso 3 ó 4 minutos, no más, pero a las 7.30 de la mañana y con un viaje de una hora larga y una paradita para tomar un café, son minutos que importan. Matías no se enfada, me espera. Esto no es todo. Baja del auto y toma mi maleta y la carga él mismo en el maletero para que no me moleste.
Belén me susurra al oído que no aguanta el pestazo a la colonia que se pone Matías. También me dice que no soporta lo que tarda los viernes por la tarde en arrancar, deseosas todas de llegar a Madrid, a casita. Al salir de clase va a su casa y lo revisa todo: el gas, la llave de paso del agua, las ventanas todas y la puerta de la calle, hasta empujar unas diez veces después de echar la llave.
Las otras compañeras, Gloria, Isabel y Maite dicen que es un tocón, que cuando nos habla no para de tocarnos. Son muy injustas con él y se lo digo a ellas mismas. Es muy buena persona. Pesado y un poco maniático, no te digo que no. Y cuando le habla a alguien, dobla su espalda, se pega bastante a la cara y lo ensaliva. Es un poco peculiar, es cierto. Yo veo que es bueno y lo respeto.
Llaman a la puerta de casa. Es Matías que me trae unas carpetas que me dejé en el Instituto. Pasa al salón y se pone a hablar con mi madre, como si la conociera de toda la vida. Cuando ya se ha ido,mi madre me pregunta:
- ¿Éste es el que decís que no os gusta?- Me basta con asentir mínimamente con la cabeza - Pues yo no lo veo mal- añade.
Y le digo que se lo guarde en la retaguardia para ella por si un día enviuda. Y la verdad es que para mi madre yo lo ví, bien; mucho más joven, pero bien. |