El marranito
¡Diputado! Gritó aquella voz, y el representante de uno de los pueblos de allá, en dónde se promete y jamás se cumple, de aquellos lugares donde no sube jamás, tuvo un brillo peculiar en sus ojos.
Después de años como diputado y de infinidad de eventos en los que, como edecán, acompañaba a los altos funcionarios, jamás nadie lo había nombrado. Nunca había escuchado su nombre en voz de una persona que brincaba entre la ciudadanía con el gran interés de saludarlo.
Por lo anterior trató de acercarse, de pegarse un poco más a la valla de contención, para saludar al único fan que había tenido en este periodo, y quizá el último de su vida, ya que el trabajo y el haberse encomendado al santo equivocado no le permitirían seguir en el escenario político de ese estado.
De esta forma, el diputado, en lo que a muchos pareció un acto de buena voluntad, y de humildad para atender el llamado de la ciudadanía, o mejor dicho del ciudadano que brincando entre la gente trataba de acercarse, se colocó frente al hombre que agitado y sudado le grito ¡diputado! ¡¿Cómo ha estado?!
El hombre, le estrechó la mano, y dijo -nada más para saludarlo y que me pague el marranito que le fie para el cierre de su campaña ¿Se acuerda? Ya va para tres años y todavía no me lo ha pagado y necesito el dinero. Me da mucha pena pero nada más para eso lo vine a ver…
Conejito
Había brincado toda su vida, desde que nació y lo habían arrancado del seno de su madre, había aprendido a brincar de un lado a otro. Era un conejo inquieto de color negro con manchas negras, parecía que había salido de una vaca antes que de una coneja, y sus hermanos en cambio, eran blancos con ojos rojos y nada más.
Un día tuvo la suerte de brincar de una forma tan peculiar que causó la admiración de la hija del granjero quién se acercó para acariciarlo, sin embargo y por descuido la puerta quedó abierta, el conejo pegó tremenda carrera, y ahora ha dejado de brincar, ahora está dando vueltas y más vueltas.
“Me cae que si no lo hubiera atropellado el tío Toño, la Vikita no estaría llorando, y tampoco estaría el tío Manuel tan contento dándole vuelta al palo dónde el conejo está siendo cocinado a la pura leña”.
Los pollitos
Aquella madrugada, la gallina anduvo muy inquieta. Algo estaba pasando, algo que despertó a los demás animales. El ruido en el gallinero dentro del establo comenzó a escucharse fuera de él. Después de algunos minutos el granjero estuvo ahí, la serpiente maicera ya se había comido dos pollitos y la gallina inútilmente trataba de quitárselos, y aunque mató al cencuate, de nada sirvió, la gallina se había quedado sin dos hijos, y el granjero sin dos pollos.
La vaquita
No era color blanca con manchas negras, esta era una vaca color café, en la granja se tenían de los dos tipos, pero esta era café, y era una vaca mañosa. Así que doña Aurelia, cada vez que la ordeñaba, ataba la cola de la vaca: a veces a un banquito que llevaba, otras a un bote, o incluso a la misma pierna del animal.
Pero aquella tarde, en la que el fresco comienza a caer y todavía hay luz del sol, doña Aurelia no hizo bien su trabajo, y entonces la cola se desató y no se dio cuenta hasta que sintió el latigazo que la hizo aventar con la pierna la cubeta de la leche, lo que a su vez, provocó que se enojara y mientras se recuperaba del golpe propinado por el animal se levantó para darle con el palo a la infame vaca.
Antes de que agarrara el palo, la vaca arremetió y de una patada bien puesta, logró que doña Aurelia dejara de ordeñarla, ya dentro de la casa se escuchaban los rezos y nadie quería abrir el ataúd, por la forma en que le había quedado la cara a la pobre mujer.
|