Ya hace 95 días que en mi pueblo, los ciudadanos decidieron que gobernara el experimentado político Andrés. La gente lo quiere, idolatra y adora, percibo que ve en él una esperanza en la expectativa de resultados favorables, se siente identificada.
¿Hasta cuándo durará este amorío?, lo desconozco. Dicen los que saben de estas cosas, que el enamoramiento puede dura hasta 240 días.
Un día estaba yo en la antesala en donde iba a dar un discurso, me levanté, como impulsado por el deseo de verlo de cerca, bastó un par de segundos para mirarlo a los ojos, tenía una mirada de disposición moral, de esencia de ganarse a la gente, si había cansancio en su rostro, sabía muy bien disimularlo. Ya en pódium al tomar la palabra hablo de integridad, de cambio, de bienestar, de prosperidad, de valores morales, pero jamás, lo admito para mi sorpresa, habló del ejercicio de la política denostando a alguien.
Si me preguntan si continúa sumando gente a su proyecto, lo ignoro. Mientras tanto, la suya sigue siendo una vida de concurrencias masivas, aplausos y loas; que continua luchando contra el monstruo herido que persiste en devorarlo.
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