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Saco a pasear a mi mosca domesticada de su caja, al espacio pequeño de mi cuarto. Le he atado por el cuello, y desde el otro extremo la controlo y evito que fugue.
Su vuelo es cuadriculado, semejante a mi forma de ver la vida. En su trayectoria choca con una fuerza invisible, golpea la nada y regresa, luego vuelve a chocar con algo que no ve, que no es tangente. Su realidad es geometría básica, bidimensional, hace dibujos precisos, trazos que yo repito con mi dedo al aire, lo hace lento según su ánimo, o rápido según su hambre. Su viaje no elíptico no forma parábolas, no es bello como el de las palomas ni circular como el de las golondrinas, solo tiene formas en geometrías establecidas.
La luz que proyecta la colada rendija, forma un camino iluminado de diminutos mundos flotantes, partículas viajeras solo visibles por la acuciosidad de mi ser y los cientos de ocelos del insecto; la línea dorada cae desde el techo a la mesa adormeciendo la tarde. La mosca adormilada también de tanto transito octaedro, se posa en la madera, se frota las patas delanteras, haciendo turno para el aseo de las patas traseras. Lo más veloz que pude la cacé con mi mano derecha, por cierto la más rápida que poseo pero no la más diestra. La pongo en una bolsa junto a un cubo de hielo, y espero que la hipotermia la paralice, luego torpemente le pasó el hilo por el cuello ajustándolo sin ahorcarla. No necesité entrenarla, el hilo negro la arrastra a mi costado, ella es un punto negro también. Comencé a sacarla a pasear, al parque, a comprar el diario, al supermarker, nadie la nota, es mejor así, no quiero que gente empalagosa se acerque tratando de acariciarle y decirle frases como: qué bonito, qué gracioso, cómo se llama, o queriéndome imitar, tal vez con una cucaracha, una lombriz, o un escarabajo del estiercolero. Tengo mucho cuidado en no pisarla, la dejo que descanse sobre mi pierna, ocultándola de algún pariente y su periódico asesino.
Me preocupe mucho la otra tarde, no la hallaba. Fui a la cocina donde suele volar en cuadrado, no la hallé. Quizá este en el velador de mi cuarto, donde se me suele caer migajas de pan haciendo ella una fiesta, tampoco. En la maceta de esa flor de mal olor donde suele frotarse la espalda, nada. Abrí la puerta miré a todos lados y silbé esperando que llegara moviendo el culo, no hay respuesta. Me preocupé, quizá se me perdió, ahora tendría que hacer folletos y pegarlos en los postes, ofrecer recompensa. Pensé, qué poner en sus características, su raza, su tamaño, la forma de su vuelo, el color de sus ojos, su nombre, una foto. Pero qué clase de propietario responsable soy, si no me he tomado una foto con ella, y peor aún no le he puesto un nombre.
Estoy triste mi mascota no está. Pateó un esqueleto de pescado donde solía jugar y va a dar a la puerta del patio, llego hasta ahí y sobre mi izquierda en la pared que da a la ventana trasera, veo el hilo negro que servía de correa de paseo. Quiero gritar de alegría y la noto paralizada tras la hoja transparente del vidrio. Al otro lado una paloma muerta sirve de entretenimiento a un montón de moscas que saltan sobre un cuerpo en descomposición. El gozne esmaltado de la ventana hace clip, ante el despertar de una cerradura por mucho tiempo quieta. Corto el hilo y mi mosca vuela hacia la mancha negra que se regocijan sobre el cadáver.

Texto agregado el 05-10-2018, y leído por 41 visitantes. (2 votos)


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