El Cacho
Estaba en una confitería de primera, no como el bar de la otra esquina donde me citó la Cuca la primera vez. La Cuca me tenía cansado con su llanto y sus tangos, así que le dije que era mejor que cada uno se las tomara por su lado. Me tenía podrido con sus problemas conyugales y su histeria. No se daba cuenta que lo nuestro ya fue, no quedó nada. Claro que para mí ni siquiera había habido nada. Bueno, algo, pero ya terminó. La muy loca me amenazó, dijo que si la dejaba me haría un escándalo pero eso me tenía sin cuidado. La que me asustaba era la Beba, porque era puro fuego y no quería quedar mal parado con ella. Era casada, pero no le tenía miedo a su marido, nunca se lo tuve y eso que era más grande que yo. Pero era mi jefe, no me convenía que supiera que su mujer se entendía conmigo. Ella se movía en la alta sociedad y se iba a quemar si supieran que andaba con un empleado de cuarta como yo y para colmo menor que ella. Bueno, a mí no me importaba, en realidad, no estaba mal, las cosas las tenía en su lugar y se las sabía todas. De la que me tenía que cuidar era de la flaca, que me la tenía jurada desde que la dejé; sí, es cierto que ella fue la única mina que quise, pero no estaba preparado para lo que ella quería, eso de tener pibes, criarlos, ir al doctor cada vez que tosieran, no dormir de noche porque tenían fiebre o pesadillas, no, eso no iba conmigo, además, ella no era una chiquilina, cuando venía a la pieza de la pensión sabía lo que hacía, no? decía que estaba todo bajo control, pero la estúpida se olvidó de tomar las pastillas. No era problema mío. Claro que uno tiene su corazón y no la iba a dejar en la estacada así como así, de algún lado le iba a conseguir la plata para que solucionara el problema, pero eso sí, le avisé que sería la última vez que me saliera con “un domingo siete”. Ahora que recordaba, la muy tarada me dijo que no quería el dinero porque se arreglaría sola, ma sí, que fuera al diablo, estaba cansado de las mujeres. No podía negar que la extrañaba un montón. Era mejor así, la flaca era violenta, sí, esta cicatriz que tengo en el brazo me la hizo ella cuando me tiró una botella porque me vio con la Porota a la salida del shopping. Cómo tardaba la Chicha. Se pasó media hora y no aparecía, un mozo me rondaba, le pedí un cortado y me lo trajo enseguida. Al fin apareció la Chicha. Los puntos giraron la cabeza para verla caminar y no perderse detalle de sus pechos y su cuerpo que no parecía tener las cuatro décadas que ella reconocía. Bueno, si tenés dinero podés mantener más tiempo tu juventud, ella lo tenía y lo mejor de todo era que no le importaba compartirlo conmigo. Tenía que pedirle una ayudita, esta semana me vencía un pagaré y no tenía un peso partido por la mitad y Clotilde la dueña de la pensión no me dejaba a sol ni a sombra pidiéndome que le pagara por lo menos un mes de los tres que le debía por el alquiler de la pieza, que era una taponera llena de humedad de la que me iría tan pronto tuviera algo de plata. Lo peor era que los bancos estaban cerrados porque todos los políticos eran unos ladrones hijos de puta que se robaron toda la guita del país. La Chicha sonrió con picardía , le devolví la sonrisa y me inflé como un pavo real por las miradas envidiosas de todos los tipos que la miraban. Le acerqué una silla y le di un beso de refilón en la mejilla, al olerla me vinieron a la mente sus gemidos llenos de placer cuando caía rendida sobre mí en el hotel de la calle Corrientes. Sus ojos azules miraron asombrados a alguien a mis espaldas de donde vino una explosión que me dejó casi sordo. Una tipa habló, pero no entendí nada, parecía la flaca, sí, era la flaca, pucha que era rencorosa, el revólver que tenía en la mano le temblaba como si tuviera el mal de Parkinson. Quise hablarle pero no pude, yo estaba sangrando, pero no me dolía nada, la Chicha gritaba como los cerdos que van al matadero. La flaca acercó la pistola a la sien derecha, ¿o era la izquierda? y ahí los gritos subieron de tono. Caí sobre la taza de café que se derramó enchastrando la mesa. Unas gotas me llegaron a la boca. Era flojo. Lo último que recordé al llegar al hospital, fueron las palabras de la vieja, que en paz descanse: Cacho, las mujeres serán tu perdición. Y no se había equivocado.
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