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Nachito aguardaba con ansias la llegada de su hermano mayor a casa. Matías le había prometido, esa tarde antes de salir a ese evento público, que estaría de vuelta para la hora de dormir, y que habría de contarle una historia. El niño sentía una profunda estima y admiración hacia ese muchacho, al que consideraba como un sabio; no en balde no habían admitido sin problemas en la universidad, y no cualquier institución, sino en la mismísima máxima casa de estudios de México. En múltiples ocasiones le había oído hablar sobre sus actividades académicas y sus planes a futuro; aunque últimamente lo escuchaba más referirse a la opresión del gobierno actual y la lucha que los estudiantes llevaban a cabo en contra de ello…conceptos que Nachito no comprendía del todo, pero que parecían molestar a sus padres y a muchos adultos más. Sin saber lo que ocurría con exactitud, el infante de ocho años atestiguó desde el principio cómo su hermano era parte activa de ese movimiento social en el que jóvenes salían con pancartas y gritaban consignas que producían orgullo en unos y repulsión en otros.
Su hermano había salido para acudir a otro mitin de estudiantes, que se realizarían en una gran plaza pública cercana a su domicilio. No era la primera vez que ocurría, y siempre había regresado relativamente pronto y bien, por lo que no se sintió angustiado al verlo marcharse. Pero conforme las horas pasaban y él no regresaba, el chiquillo se preocupó. Intuía que algo malo le podría haber sucedido a Matías, y dicha sensación no aminoró ni con los intentos de su madre por calmarlo, quien le decía que algún imprevisto era la causa del retraso y que pronto lo verían aparecer cruzando la puerta. A las diez de la noche tuvo que irse a la cama, pues era muy tarde y tendría escuela al día siguiente: el cuento habría que esperar para otra noche. Nada lograba tranquilizar a Nachito, y cuando empezó a llover, su malestar se incrementó al presentir con más fuerza que algo realmente malo había tenido lugar.
De pronto, se levantó y miró por la ventana de su habitación. No parecía haber nada fuera de lo común allá afuera: sólo lluvia cayendo y fluyendo al lado de las banquetas. Estaba por retirarse cuando creyó contemplar algo insólito: el agua adquiriendo un tinte rojizo. Pensó que alucinaba, pues no nada más tenía sueño, sino que aparte, el poste de luz eléctrica no emitía una óptima iluminación. Pero conforme los segundos y los minutos avanzaban, el vital líquido lucía más y más rojo, hasta convertirse en auténticos torrentes escarlatas, púrpuras…y entonces lo supo: Matías no retornaría jamás a casa. Había muerto. Nachito rompió en llanto amargo ante tal revelación, al tiempo que apartaba la vista de la ventana y se derrumbaba en el suelo con la visión de esos macabros ríos asaltándolo a cada instante.
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Nadie dijo nada a la mañana siguiente. Ningún noticiero ni periódico publicó dicha nota. El gobierno ordenó a todos fingir que nada malo había acontecido y que todo estaba bien. Después de todo, no había que manchar la imagen nacional con un hecho como ese, en particular ahora que los ojos del mundo estarían fijos en el país con motivo de la próxima inauguración de los Juegos Olímpicos. Había que proyectar unidad, cordialidad, estabilidad y felicidad ante todos. Pero ni Nachito ni su familia ni la de centenares más habrían de ser felices: queridos hijos, hermanos, sobrinos y amigos habían sido asesinados por las flamantes fuerzas de seguridad gubernamentales; y toda esa sangre derrabada por las balas y las bayonetas aquella fatídica noche se esparciría por los alrededores bajo la forma de aquellos tétricamente inolvidables ríos.

Dedicado a la memoria de los fallecidos el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de Tlatelolco, Cd. De México.

Texto agregado el 01-10-2018, y leído por 42 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-10-2018 Tu cuento habla de estudiantes. Algunos de ellos estúpidos que dieron su vida por nada. Hablo de los sobrevivientes, si los que murieron no hubieran muerto de todos modos habrían dado la vida por nada de acuerdo a como se vive ahí. Mejor que les hayan matado. Así hasta son mártires. -rIp-
 
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