Acababa de cumplir mis cinco años en aquella tarde de Diciembre, cuando caminaba de la mano con mi papá rumbo al descampado. Llevábamos nuestro barrilete de colores. Ese que habíamos estado armando en el patio de casa, durante la tarde del día anterior.
Al llegar, esperamos un rato hasta que soplara brisa. Él lo sostuvo con su mano izquierda, al tiempo que yo tomaba el ovillo del hilo.
Me encantaban los colores del papel que recubría la caña. Le habíamos hecho una cola con trapos añadidos, que le daban estabilidad con viento fuerte.
- Bueno Pablito, hoy es tu día. Remontarás el barrilete tu solito – me dijo sonriente.
Sentí una mezcla de alegría y emoción. Le pedí a mi padre que se alejara un poco.
- Vos más atrás. No me ayudes. Yo lo remonto solo.
Él se escondió detrás de un árbol, para observarme por si acaso necesitara ayuda. Unos segundos después volteé para verlo y ya no estaba.
El barrilete cobraba altura pues el viento se hacía más intenso. Dudaba de poder sostener el hilo yo solo.
Mi corazón comenzó a palpitar, me invadió el temor y me sujeté a lo único que podía, es decir, el hilo del barrilete. Asustado me dejé llevar.
Comenzó a elevarse. Divisándolo a la distancia, yo lo comandaba.
La respiración entrecortada y mi corazón que latía fuerte, no me impedían sentir gran fascinación por la experiencia.
El viento se hacía más fuerte, y de pronto superó la fuerza de mis brazos. Esto me hacía caminar en contra de mi voluntad.
Intenté afirmarme con los pies pero resbalaba. No quería perderlo. Me propuse no soltar, y sostener a toda prueba.
A pesar mío comencé a elevarme. Un barrilete a la deriva cruzaba los cielos y cincuenta metros más abajo aferrado al cordel, yo era llevado por la corriente hacia las nubes.
Me había propuesto no fracasar, pero la experiencia me estaba superando.
De pronto, una tormenta eléctrica se desató.
Los rayos mostraban su furia de luz y estruendo, y si no me caía, era porque me aferraba al hilo cada vez con más fuerza.
Sentía mucho miedo. Muchísimo.
Ahora estaba empapado, y temblaba de frío. Comencé a llorar desesperado, y grité con toda voz:
- ¡¡¡Papaaaaaá!!!
No sé cómo ni cuándo, pero mi papacito acudió en mi ayuda. Me abrazó por detrás y con todo el poder de sus grandes brazos, venció al viento fortísimo y logró bajarme a tierra firme.
Sentí nuevamente mis pies sobre el pasto y mi papi que aún no me soltaba, me dijo sereno al oído:
- No temas Pablito, que yo te sostendré.
Entonces me pasó nuevamente el cordel, que ya no tiraba tan fuerte como antes. Ahora yo podía sostenerlo sin hacer mucha fuerza.
Me animé luego de un momento y sostuve ya el hilo con una sola mano.
Increíblemente el sol brillaba alegre en el cielo, y yo quedé bien seco rapidíiiiisimo.
Les quiero decir que ya no le tengo miedo a los vientos.
Ya se remontar el barrilete.
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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 10 de Julio del 2017.
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