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Las aguas sucias

Máximo cruzaba el puente en su auto para dirigirse, como cada mañana, a su trabajo, cuando vio que una muchacha que, asida a la barandilla, miraba el río.
Al ver la actitud de la joven, un oscuro presentimiento le hizo buscar un lugar dónde estacionarse. Después se encaminó hacia ella, que permanecía en la misma postura, temerosa talvez de dar el salto mortal.
—Buenos días –la saludó con suavidad, para no espantarla.
Ella lo miró desconcertada ante su inesperada presencia.
—¿Y usted quién es? ¿Qué quiere? –preguntó la chica.
—Soy un amigo. Cuando cruzaba el puente me llamó la atención verte aquí tan temprano y quiero ver si te puedo ayudar en algo.
Raquel –era su nombre- vio que el hombre le hablaba con sinceridad y se tranquilizó.
—Gracias por su gesto, –le dijo- pero no necesito nada. Sólo amanecí nostálgica y quise contemplar el paisaje de allá abajo.
—No quisiera pensar que tú estarás pensando en lanzarte a esas aguas tan sucias ¿Tiene problemas? -y antes que respondiera continuó-: debes tener padres, hijos, y un buen futuro por vivir. Ninguna situación puede ser tan mala que no tenga solución.
Esas palabras le dieron paz a la muchacha, pues admitió, en sus adentros, la verdad de la frase. También pensó que el panorama no era tan negro como le parecía unos minutos antes.
—Problemas tenemos todos. –dijo entre dientes, acordándose de su precaria situación económica y de su pequeño de 10 años, Miguelito, a quién dejó bien dormido cuando salió de la casa temprano. Siguiendo un impulso, tomó su celular y lo llamó.
—Me alegra tu gesto. –le dijo Máximo cuando ella terminó, y como vio que no tenía nada qué hacer se dispuso a partir, no sin antes decirle, entre serio y broma: Me voy ¡Y ya sabes: nada de suicidio!
Ella lo miró con gravedad al decirle:
—Ya tomé mi decisión. La verdad es que no soporto un día más con tantos problemas y carencias.
Máximo, dudó de sus palabras, por lo que sacó una tarjeta con su nombre y dirección, y le pidió: si algún día me necesitas puedes llamarme. Me voy.
Tan pronto dio la espalda, ella se aferró con fuerza, de nuevo, a la baranda para escalarla y arrojarse al vacío; él, que se percató de su intención, regresó rápido para hacerle una última petición:
—Antes de que lo hagas ¿Me regalas tu celular?

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 26-09-2018, y leído por 42 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
26-09-2018 No era tan bueno el supuesto salvador. Es un buen cuento pero te deja un sabor amargo en la boca, los seres humanos somos una raza rara, no siempre somos lo que aparentamos.Pero te diré algo, si un cuento de deja "algo" es que es bueno. ome
 
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