Me hice un café cargado como todas las noches, abrí la ventana para que la luz de la luna ilumine el cuarto. Cerré los ojos e inesperadamente recordé esa noche de año nuevo en la que te conocí. Nos vi entre vasos, garrapiñadas, amigos, madres, ex amores y algunos extraños. Te recuerdo; de hecho es una de las pocas cosas que recuerdo de esa larga noche; a vos y al rocío finito que humedeció todo el mantel y la comida de la mesa.
Cerré los ojos y te vi, un poco nervioso, peleador, intentando hacer zafar a la cara para que no delate el fuego que tenías dentro. Fue un juego inocente, no intentamos nada; no podíamos hacerlo.No sabíamos nada, no sabemos nada.
Cierro los ojos e imagino el beso que nunca nos dimos, siento tus manos recorrer mi nariz y bajar, despacito, por la boca, te siento tembloroso acariciarla. Te veo sonreír. Es como si siempre hubiésemos estado en este lugar, como si la calle fuera nuestra desde hace mucho tiempo, como si el barrio nos hubiese estado esperando, risueño, en cada esquina.
El beso es mojado como río manso, tierno y caliente como el pan cuando mamá recién lo saca del horno. ¿Será que los espacios se desdibujaron para poder acomodarnos y abrigarnos cuando más lo necesitamos? ¿Será que el tiempo, caprichoso, se empecinó en encontrarnos sin importar la geografía? ¿será que la tierra se tuvo que asentar para no formar huecos y así evitar caernos? ¿Será que las mañanas esperaron con la certeza de que nos iban a agrupar como dos estrellas de la misma constelación, bajo el mismo cielo? Será, muchas cosas fueron y otras serán si nos quedamos arrimados, acá.