Llegó a su casa con hambre. En la cocina y había sopa con pescuezos y patas de pollo. Al mordisquear el hueso tuvo un dolor intenso en la encía inferior. Con los índices extrajo la prótesis dental y la puso sobre la mesa. Al finalizar de comer, los huesos, en vez de tirarlos al cesto de la basura se los dio al perro de un vecino que dormía bajo el enramado de un árbol situado a un lado de su casa. Regresó a la cocina y al no encontrar el puente dental, corrió a buscarlo. El perro ya no estaba. Inspeccionó el suelo y el aparato bucal —era ojo de hormiga—. Pensó lo peor. El perro al mirarlo y deseando más alimento, se hizo el aparecido moviendo de un lado a otro la cola. Fuera de sí, lo tomó de la cabeza, forzándolo a abrir las fauces, introdujo los dedos —con la esperanza de que estuviese el puente dental atorado—. El animal sintiéndose agredido le clavó los colmillos en la mano. Fuera de sí, sujetó al perro del cuello, ambos rodaron por el suelo. Él apretándolo, el perro luchando por zafarse. Pateaba, gruñía, arqueaba el espinazo y por el esfuerzo el can lo bañó de excremento desde el cuello hasta el pecho. Se distrajo y el animal huyó como alma que el diablo persigue. Con rabia buscó una piedra y solo halló un plástico irregular que lo hizo volar buscando la cabeza del perro.
Cuando se bañaba, —tuvo un repentino entendimiento— y en bata se fue a la calle con una lámpara. Recordó que el objeto que le tiró al perro no tenía la textura de una piedra, sino que era muy liviano, pero su enojo en ese momento era mayor. Ahora después de una búsqueda minuciosa, palmo a palmo, había encontrado su prótesis. Estaba hincado en medio de la calle, mirando el cielo y dándole gracias a Dios, cuando fue arrollado por la bicicleta del vigilante que perseguía a un ladrón. El velador para cortar vuelta había tomado esa avenida. Rodó con un dolor intenso en la boca. Horas después era intervenido por fractura del maxilar inferior. Luego de dos meses quiso ponerse la prótesis pero con horror se dio cuenta que no le ajustaba. Ha cambiado. Se ha vuelto medroso y es que el perro bajo el mango lo acecha. |