Fue un instante, fue un momento en el que la tensión hizo que se movieran otras emociones que ni siquiera se pueden definir. En la tienda de autoservicio el empleado que acomodaba algunos productos, le entregó el jugo que había llegado a buscar y que no encontraba dentro del refrigerador, lo hizo con un gesto entre pícaro y cínico pero también servicial, con la sonrisa que confunde apenas se esconde con el agachar de la mirada.
Ese fue el primer encuentro, el primero de tantos que le hicieron saber que el nombre de este era Jesús, que tenía un tatuaje de lobo en el brazo y que trabajaba de martes a domingo porque los días lunes era su descanso. Su turno era el de la noche y en la noche surgía el pretexto para ir a comprar un jugo, un jugo de durazno, de ese durazno carnoso que se ve en la caja y que tanto asemejaba a sus labios…
Hubo ocasiones en que llegó con la ilusión de verlo, pero no estaba, entonces el corazón se convertía en una caja de jugo aplastada. Una vez cuando la desesperanza había llegado con la indecisión de no saber que comprar, de atrás de los refrigeradores, por la puerta de la bodega salió Jesús, con un jugo frío, de durazno, sabía que era lo que andaba buscando, y lo sabía muy bien pero jamás dio un paso más allá.
Un día llegó a la tienda, y sin más recibió nuevamente una caja de jugo que sostenía la mano del brazo tatuado, y sin más, cansado por el tiempo que se agota, fastidiado por la monotonía de tener que ir a comprar un jugo cada noche, pero sobre todo por la falta de un nuevo paso, se atrevió a preguntar ¿Cuántos jugos más debo comprar para tener tu número celular, cuántos jugos más debo comprar para tener tus labios?
Otros clientes entraron, la escena se convirtió en tensión y en un silencio prolongado que sólo se rompió al momento de cobrar, y al momento de salir del lugar con el típico “gracias, buenas noches”.
Después supo que Jesús tenía el sueño de ser futbolista, que tenía novia y que trabajaba en aquél lugar por circunstancias económicas adversas, cuando hubo pasado el tiempo, regresó a comprar pero él ya no estaba ahí, tampoco quiso preguntar, prefirió quedarse con la mirada de sus ojos creyendo que decían “quiero estar contigo”, que romper la ilusión con un “jamás”, con un rechazo que no podría soportar, porqué al final de todo, el amor es una ilusión y el jugo de durazno que contienen esas cajas no es natural.
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