Astolfo Pérez Garnica.
Mi caballo.


Si ha confesar se viene a la catedral de S de Compostela, confieso que desperté en llanto a las cinco con menos cinco esta mañana. Mi mejor amigo murió hace muchos años, pero el duelo lo traigo pegado a la garganta como si ayer fuera.
Hay para amar abundancia de seres, aunque conozco algunos que prefieren objetos y ya nada me asombra cuando alguien se aferra a algún libro o detalle que le trae recuerdos. ¡Vaya usted a saber de qué índole!
Tuve la desventura de ser amado como la vida, como el sol poniente me miraron y fui más hermoso que Sirio en noche solitaria.
Me amaron con un corazón de bestia irrepetible, porque sepa usted que hay bestias que se repiten, pero la mía fue guardián de penas largas y frustrados intentos de volver los sueños instantes de realidad ¡Y de esas cosas!
Sepa usted que no existe mayor tormento que dormir con los ojos abiertos y peor tristeza que lo quieran a uno sin merecerlo.

Confieso que fui amado por muchos. La vida supo darme pleitesía abundante y a bien levanté erguido la cabeza, pero cuando a él miré caer al suelo: ¿Qué quieres que te diga, mi hermano? ¿Cómo explicar que me amó en la muerte como si en la vida? Que fue el beso un pacto a la eternidad para evitar la guadaña al último suspiro.
¿Tú lo recibiste? ¿Así tanto te quisieron?
¡Oh! ¡Cómo me duele el amor que baja en sueño para consuelo! ¡Y entonces ya no es sueño! Es tu amigo que no pasa, no permite el olvido.

RH