Estaba el hombre agonizando. Al fondo de la estancia una voz chillona decía que el presente, que había que vivir el presente.
- Venga abuelo, a vivir el presente- se animó un concurrente de los más próximos, geográficamente y de parentesco.
Yo creo que es el primer muerto que se ha ido saboreando el sabor a hiel de tan mal chiste. La gente, cuando muere tan consciente, lo hace animada de una fuerza irreprimible de llevarse a alguien de botín, como salvoconducto. El mal ajeno cura el propio. De buena gana había arrastrado consigo a aquel malhechor, sobre todo porque ningún deudo supo guardar la compostura en tal trance. De no haber sido él quien expiraba, se hubiera reído también de la ocurrencia. Aquellas risas fueron la saeta que lo condujeron a la tumba, pero a ver cómo le explicas a un juez que han matado a alguien a carcajadas. No estuvo bien, pero eso es todo. Contrariamente a como suele suceder, una vez enterrado, en lugar de entregarse los deudos a alguna cuchipanda, les empezaron los remordimientos. Fue su última venganza sobre la tierra. En aquel oscuro nicho aquella noche, mientras su cuerpo estaba aún caliente, le encontró por fin gracia al chiste. De haber habido alguien vivo en el camposanto se hubiera asombrado. Ya saben que la risa es contagiosa. Primero los túmulos y nichos más cercanos y extendiéndose como una ola hasta los últimos rincones, estuvieron partiéndose la caja hasta bien entrada la media noche.