El flis y su mundo.
En mi pueblo al menos era "flis".
Me refiero al líquido con que dábamos exterminio al volátil negro llamado mosca.
Se vendía al por menor, aportando uno su propio envase de relleno. Con el tiempo desapareció el producto y sólo lo podías adquirir envasado. A bote pronto, que yo recuerde, estaba el "matón", el "orión", el "cucal". Todos muy eficaces por lo que a su cometido se refiere, pero infumables como perfume, lo que no ocurría con el de al detall que refiero.
Nuestra madre nos echaba un poco de "flis" de las moscas( sería un cultismo, lo de flis, por el fly- de volar- en inglés). Lo que fuera, nuestra madre- de aquel que se vendía al por menor- nos rociaba un poco sobre la ropa e íbamos tan perfumados a la escuela.
Me ha venido a la memoria porque acabo de probar una muestra de perfume- de los que vienen con la prensa a veces- y era idéntico- por mucha marca y prosapia con que viniera envasado- al flis de nuestra infancia.
Pero a lo que iba.
Nuestra madre nos rociaba con aquel insecticida- ya digo, se parece a un perfume supercaro y supermoderno- e íbamos tan contentos a la escuela.
- Por lo menos nos libramos de la pesadez de las moscas. (Comentaba mi hermano mientras nos dirigíamos a la Academia que tan sabiamente dirigía Don Práxedes Moreno- sabio y represaliado de la Guerra).
Lo malo es que había verdaderos sabuesos entre nuestros compañeros y detectaban con su olfato la estratagema. A tal efecto, nuestra madre, que quizá no tuviera tan buen olfato, pero se anticipaba brillantemente a los acontecimientos, nos había prevenido contra tal contingencia. Y nos sabíamos de memoria la contestación, lo que al menos servía para no ponernos colorados ante la concurrencia. Ya se sabe, cualquier nimiedad de estas te deja, si se da en la infancia, marcado como una res con el hierro de su ganadería. Es decir, de por vida.
- Para no contagiarnos de las pulgas de tu casa.( Era la contestación convenida).
A partir de ahí se organizaba la trifulca, hasta que Don Práxedes Moreno perdía la paciencia y empezaba a dar hostias a diestro y siniestro, lo que acallaba y templaba los ánimos del alumnado en cuestión de segundos.
Luego venía la tabla de multiplicar y demás enseñanzas que nos ofertaba aquel santo varón.
Y, al final, como colofón, antes de soltarnos, entonábamos una cancioncilla- dirigidos sabiamente por el profesor con una regla de madera que hacía de batuta.
" Un ratón se subió a una baranda
se tiró un pedo y dijo caramba.
Que viva la sal,
Que viva el salero.
Que vivan los ratones
Que se tiran pedos".
En fin, todo en consonancia con la vida en general de aquellos surrealistas tiempos. |