Cada uno carga con sus propios demonios. Los míos son terribles. Me creo mejor que muchos, mejor que cualquiera. Si de actuar y tomar decisiones se trata, soy de los primeros; lo hago así, porque sé que lo que haga estará bien hecho. La soberbia me domina, es cierto; pero no es menos cierto que casi nunca me equivoco.
Cuando miro y observo a los que me rodean, noto sus defectos de inmediato. Siempre les sobra o les falta algo, ya sea físico o moral. No faltan los gordos, los chaparros, los feos; o los pusilánimes que todo lo quieren arreglar con la piedad y el amor, y que les hace falta fuerza para determinar quién merece el cielo o el infierno. Estos últimos me desesperan por débiles, por sumisos. Para aligerar mi asco, me acerco a la orilla de cualquier río y contemplo mi bella imagen reflejada en sus aguas. Mirar mi bello rostro largo rato, hace que mi mal humor desaparezca y que mis inigualables cualidades, resurjan.
Me disgusta ver que alguien crea poseer mejores cualidades o cosas que las que yo tengo. Como eso no lo puedo permitir, siempre procuro que mis pertenencias y mis prendas, sean lo más lujosas o de mejor calidad que las de nadie. Si alguno posee algo que sobrepase a lo mío, de inmediato se lo arrebato sin contemplaciones. Para eso soy el mejor y el más hábil.
Que nadie desate mi ira, porque no me conocen. El que me hiere o me lastima, puede dar por entendido que será destruido. Provocar mi enojo, equivale a visitar el infierno.
Soy rebelde por naturaleza y me disgusta obedecer, cuando menos no a ciegas. Siempre cuestiono las decisiones de mi padre porque obra en base al perdón, la piedad, el amor y cada vez que lo hace, se convierte en un dulce y patético ser, que cree que sus acciones salvarán a tanto estúpido. Mi padre es mi peor demonio; como soy su hijo, tengo que obedecerle sin replicar. Mi condición de predilecto, me impide rebelarme abiertamente a sus decisiones. Debería dejarme volar solo; permitir que prevalezca mi acertado albedrío y que todo sea diferente a como es ahora. Mi padre es un tirano y pienso que ya está chocheando. Hasta ahora, tengo que soportarlo; pero ya no lo haré más. Estas palabras que escribo son el manifiesto de mi rebelión: me declaro el mejor, el más grande, el más sabio, el perfecto, así le pese mi decisión y le deslumbre mi majestuosidad. Este es el primer día de una nueva era, la mía.
Yo: Luz Bella.
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