Y SE FUERON A LA REVOLUCIÓN
— ¡Vámonos a la revolución Jacinto!
— Espera Toribio, primero hay que almorzar, ven, come unos fréjoles con tortilla y chile.
—La revolución puede esperar, hace tanto que esa idea está bullendo en la conciencia de toda la indiada por acá, que bien puede esperar un rato más mientras llenamos el estómago con este pobre alimento.
— ¡Vámonos a la revolución Jacinto! Dicen que allá hay mucho que tragar, dizque el general Torcuato Salinas está repartiendo entre todos los revolucionarios que lo siguen harto maíz, fréjol y arroz que se roban de los trenes que asaltan.
—Entonces Toribio, vamos a ir a matar cristianos que ni conocemos solo para comer lo mismo que comemos siempre.
—No le hallo el chiste al asunto, pero ven come y me platicas para acabalar la idea.
—Mira hay agua fresca de la tinaja o si quieres tengo mezcal que me trajo ayer el compadre Zamudio para mi cumpleaños, casi nos acabamos la garrafa. Estábamos tan borrachos que Lina mi mujer tuvo que llevar al compadre hasta su casa, allá tras lomita, porque yo estaba más borracho que él, ya sabes donde vive Zamudio con su mujer, que por cierto está preñada, ¿ya sabes verdad? Nomás cruzando el vado del río se devisa su jacal.
— ¡Vámonos a la revolución Jacinto! Yo sé lo que te digo.
— Nomas comemos, nos tomamos unos tragos mientras llega Lina mi mujer, le doy unos encargos y nos vamos Toribio. ¿Cuál es la prisa? —
— ¡Vámonos a la revolución Jacinto! De revolucionarios nos va ir mejor que aquí, si Dios quiere.
— Tú te traes algo entre ceja y ceja Toribio. De dónde te ha salido tantas ganas de matar gente.
—Desde esta madrugada Jacinto— Dijo con voz quebrada el campesino mientras por su tosco rostro resbalaban las lágrimas.
Jacinto quedo muy sorprendido, conocía a Toribio desde niños y muy pocas veces lo había visto llorar, de aquellos días eran amigos inseparables.
— ¿Por qué desde esta madrugada, Toribio? Preguntó receloso Jacinto mientras veía con desconfianza el machete manchado de sangre que llevaba envainado su amigo.
Toribio inhaló aire con fuerza y por fin se decidió a decirle al amigo:
— Hoy en la madrugada andaba buscado un guajolote que se había escapado del corral, yo lo tenía en engorda para tu cumpleaños. Resulta que al pasar por el maldito vado del río, con la claridad de la luna llena vi una pareja encuerada revolcándose de lo lindo mientras hacían aquella cosa, tú ya sabes, no?
—Al principio pensé que eran Zamudio y su mujer. Hasta maldije con el coraje entripado. ¡Inconscientes! Pensé, van a perjudicar al chamaco que la mujer lleva en la panza.
— Pero bueno, pensé luego, ellos hicieron al chamaco, pues entonces es cosa de ellos nada más. Ya me iba agazapado sin hacer ruido, no vayas a pensar que soy mirón. Pero de pronto la mujer se levantó y pude ver que no estaba panzona. Era una mujer joven de un cuerpo que ya desde antes se adivinaba hermoso a pesar de las enaguas. Trigueña de pelo muy negro y despeinado, rebelde, a leguas se adivinaba que acostumbraba llevarlo bien trenzado. Luego oí esa risa cantarina que espanta las tórtolas y hace que el cuero de los hombres se erice cuando sus pechos papalotean bajo el corpiño de su blusa.
— Amigo, me encorajiné tanto que la vista se me nubló y enloquecido me fui a machetazos sobre de los dos. Y di un golpe, dos, tres, muchos, quedaron irreconocibles.
Toribio no habló más, se limitó a desenfundar su machete ensangrentado y sacó de su morral unos listones de esos que usan las mujeres para trenzar su pelo y tímidamente los extendió a su amigo Jacinto.
Aquel hombre curtido por las labores en el campo, de manos toscas que ya había cobrado varias vidas en peleas en buena lid, tomó aquellos listones que conocía muy bien, pues él los había comprado el año pasado en la feria de Apangueo, los acarició con mucha ternura, de esa ternura que invade el ánimo en las despedidas definitivas, miró de frente con ojos cuajados por el llanto al amigo de toda la vida y balbució:
—Vámonos Tiburcio, Lina mi mujer ya no va a regresar.
Luego con tono más vigoroso, casi gritó:
¡Ya comimos, ya bebimos, ya nos jodimos… Vámonos a la revolución Tiburcio!
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