CIELO
Cuando era niño acostumbraba mirar al cielo, y lo hacía por diversos motivos y en diferentes circunstancias y maneras. Como la mayoría de los niños, lo hacía tumbado en el pasto buscando formas a las nubes, o desde alguna azotea contando estrellas, tras una ventana observando la lluvia o sentado en la playa, con la mirada fija al frente encontrando el punto exacto de la frontera en que el cielo y el mar se unían.
Mi papá también tenía que ver con el cielo, aunque mi propia infancia me daba una imagen difusa de su trabajo. Solo sabía que trabajaba en algo que ver con aviones, y no importaba, para efectos de un niño de siete años, era la única información que necesitaba, así que, invariablemente también volteaba hacia arriba al escuchar el estridente ruido de las tripas de alguno de esos animales mitológicos, esperando verlo montado en alguno, sin importar el destino o el tamaño; extendía la mano para saludarlo... -incluso creía que algunas veces llegó a corresponder la atención-.
A veces no se da uno cuenta, pero al paso de los años, tras el obligado recorrido por escuelas y aulas de clase, libros y maestros, tareas, fórmulas y exámenes, permiten que los conocimientos, a manera de enormes buldócers, excavadoras y trascabos irrumpan sin pudor en las hectáreas ocupadas por la imaginación y la vayan, cual bosques de coníferas, depredando.
Por tal motivo, ahora sé que las nubes son estructuras asimétricas altamente complejas cuya conformación depende de la conjunción de un gran número de factores atmosféricos, que la geometría denomina sus formas como fractales, que hay un concepto llamado pareidolia, que es un fenómeno psicológico que hace que las personas encontremos formas familiares en ellas, entonces dejaron de ser trenes, dragones, caballos y tortugas o caras para ser solo formaciones de agua evaporada en formas asimétricas; que las estrellas que veía, no son los reyes magos en la interminable víspera del 6 de enero, que ya están ordenadas en constelaciones, que se cuentan por billones, que son astros incandescentes lejanos que generan luz propia que tarda varios miles de millones de años en llegar a la Tierra, que poseen casi todos sus respectivos sistemas planetarios.
También sé ahora que el mar no guarda en él reinos con reyes y guerreros, leviatanes fabulosos; ni a Acuaman ni al príncipe Namor, menos al capitán Nemo atravesándolo dentro del Nautilus. El mar quedó estipulado solo a un manto acuífero salado, menor a un océano, que el término mar también se utiliza para designar algunos grandes lagos salobres, como el mar Caspio, el mar Muerto o el mar de Aral. Se habla entonces de mar cerrado o interior, pero el término correcto es lago endorreico.
El cielo ha dejado de ser el gran escenario universal y eterno, la pantalla mágica que pasaba de azul a gris, de rojo a negro, donde siempre había algo que ver, como el vuelo de las aves e insectos, el paso furtivo de monstruos, y, si se ponía mucha atención, a superman como un manchón carmesí con la prisa propia de quién va a salvar el mundo o rescatar a Luisa Lane. No, el cielo es una conformación de gases, donde imperan el oxígeno, el hidrógeno, y el dióxido de carbono, se divide en capas, que envuelven al planeta, que existe un agujero en ellas producido por el uso indiscriminado de sprays por donde se cuelan rayos ultra violeta que provocan diferentes tipos de cáncer; que su llanto y su enfurecimiento es resultado de un fenómeno físico-eléctrico provocado por factores atmosféricos, vientos, frentes fríos, acumulación de agua, diferencias de temperatura, choque de electrones e iones, lo que resulta en la llamada precipitación pluvial pudiendo ser ligera o abundante, y que, dependiendo también de condiciones celestes, al haber luz solar, ésta incide en la humedad de la estratosfera haciendo las veces de prisma y defractando la luz en los tres colores primarios y sus cuatro primeras mezclas, generando así otro fenómeno óptico llamado arco-iris, donde de ninguna forma sirve de camino a Asgard, ni está el majestuoso Odín sentado enfurecido contra de su hijo Thor en un trono de oro, y ni pensar que a su final encuentras una olla con monedas doradas y un duendecillo de mal humor cuidándola... ah, también supe que mi padre fue jefe de mecánicos de aeronaves ejecutivas, antes de retirarse fue socio de un modesto hangar donde se brindaba servicio a aviones privados, todo eso antes de fallecer la madrugada del que sería un cálido sábado de febrero.
Así entonces, la edad y la escuela han venido minando mi inocencia y mi forma de ver las cosas, dándome menos motivos para ver al cada vez más científicamente explicado cielo; sin embargo, el mismo estridente ruido del monstruo mitológico rampante aún me hace ver hacia arriba, y tengo el impulso de levantar el brazo y saludar a papá, afanando la vista para ver como, sonriendo, corresponde la atención. |