Mi marido es el diente chueco en la sonrisa perfecta de mi vida y es que 20 años de casados, han provocado una mella profunda en nuestra relación. Ya no conversamos, apenas si cabría la palabra ‘tolerancia’ en el día a día.
Mi historia es así: tenemos una hija, único fruto de nuestro matrimonio. A comienzos de este año, ella inició sus estudios universitarios, por lo que aproveché la instancia para plantearle a mi esposo que mi presencia ya no era tan necesaria, y que deseaba trabajar fuera de casa. Él, no muy convencido, aceptó. Creo más que nada porque estaba consiente de mi decaído estado anímico. No es estúpido, él tenía claro acerca de la profunda tristeza e impotencia que me estaba provocando la odiosa rutina, aquella en la que sin quererlo, me había sumergido por tantos años.
Conseguí un oficio, no muy bien remunerado, dada mi escasa experiencia, pero me ha permitido sociabilizar y salir a lidiar con el mundo. Este hermoso y gran mundo que está más allá de mi reducida cocina, más allá de cacerolas y sartenes o ropa que planchar.
He sorteado sin problemas una serie de obstáculos en cuanto a los horarios y me adapto con creciente optimismo a mis nuevas y desafiantes obligaciones.
Me encontraba en mi segundo mes de trabajo, cuando caí en cuenta que había pasado el tiempo, y mi maridito no me había dado la suma que normalmente me otorgaba para mis gastos. Al consultarle, él, muy suelto de cuerpo, me dice:
—¿Y para qué quieres más dinero? Ahora trabajas, tienes tu propio sueldo…
—¿Ah Sí? — Le dije, tratando de conservar la calma, relegar mi impotencia y evitar una confrontación— De acuerdo, usted me quita, yo le quito; desde hoy usted se lava su ropa, plancha sus camisas y se encarga de sus cosas, yo seguiré preocupándome de cocinar y mantener la casa en orden.
La verdad es que no fue lo único que le quite. Sólo las sábanas conocen los secretos de una alcoba. Por supuesto, él perdió más. No niego que me da cierta ternura. Hay noches que le siento palpar la cama en busca de mi cuerpo ¿Yo? Finjo estar dormida, opto por roncar más fuerte y poner distancia de su aliento. ¿Qué se habrá creído? Este es sólo el comienzo.
Estoy segura que en el infierno hay menos furia y desdén, que el que cabe en el corazón de una mujer emancipada.
M.D
Nota Aclaratoria: Es ficción. No personalicen los textos estimados. Uno le roba historias al aire.
Un abrazo, Sheis
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