La nívea espalda de la señorita Rosa Cruz se encontraba adornada por dos llagas que se extendían desde el principio de sus nalgas hasta la altura de los pulmones. De ellas brotaba líquido vital color carmesí. Su sangre era tibia y escurría abundante entre sus nalgas hasta llegar a sus piernas dejando a su paso un rastro de calor que quemaba su piel. El calor encendía sus mejillas libidinosas. Delante de ella su verdugo la contemplaba, la veía sudorosa y sonrojada, le acariciaba la cara con ternura. La miraba a los ojos fijamente, buscaba en su mirada la chispa de la felicidad que alguna vez ilumino aquellos globos pero en aquellos iris grises ya no existía felicidad, ahora solo se podía apreciar la llama del deseo.
Miguel aprovechaba cada oportunidad que tenía para escudriñar aquellos ojos, siempre lo hacía pensando que vería de nuevo la divinidad del buen cristiano que en algún momento aquella buena mujer poseía. Sus recuerdos de esas épocas se avivan cuando limpiaba las llagas del lacerado cuerpo de Ángela. Le gustaba recordarla haciendo caridad en las diferentes iglesias de la ciudad, siempre la acompañaba, le ayudaba y le protegía. Era reconfortante acompañar a esa santa mujer. Estar a su lado hacia que tu aura se purificara, te sentías limpio y dichoso, simplemente era imposible no darle gracias por tanta bondad.
Pero un día aquellos ojos de ángel se marchitaron, se volvieron opacos, tristes y somnolientos. Todos la que la conocían se sorprendieron, el cambio fue demasiado evidente como para no notarlo pero pensaron que solo se trataba de una mala temporada y no le dieron importancia. Lastimosamente no fue así, al paso de los días no solo sus ojos cambiaron si no que la mirada en si misma se transformó, paso de la tristeza a la lujuria y con la lujuria llego el caos.
Su vida se derrumbó, su mundo se hizo trizas, todos se fueron, le temían, solo él se quedó. Se convirtió en su perro y así actuó, fiel ante ella e implacable ante los ataques impúdicos de la sociedad hacia su ama. Llego a tanto su fidelidad ante la figura de Ángela que dejo de lado todas sus creencias, principios y sentimientos solo para satisfacer los deseos libidinosos de la chica. Durante quien sabe cuánto tiempo se dedicó a conseguirle mujeres, hombres, niños y bestias para llenar aquel abismo de lujuria que yacía entre sus piernas. Cada día aquella tarea le era más difícil, le asqueaba saber todo lo que sufrirían las víctimas de la joven. Pero en el fondo de su corazón aquellos entes inocentes no le preocupaban, su verdadera preocupación era por Ángela Sabía que con cada víctima que laceraba se condenaba irreversiblemente al infierno, por eso cuando las victimas cruzaban la gran puerta de madera para presenciar a Ángela él lloraba intensamente, oraba y se arrancaba trozos de piel del área pélvica, creía que de esta forma lavaría los pecados que la doncella se divertía ejerciendo en aquel obscuro cuarto. Ninguno de los desafortunados sabía que le deparaba ahí dentro, todos pensaban que recogerían alimentos, ropajes o dinero. Pobres infelices, solo se dirigían al final de sus vidas. Miguel sabía que primero venían los gemidos del éxtasis sexual de la doncella después los gritos de horror de los amantes al ser asesinados. Aquellos ruidos eran una tortura para sus oídos, le era imposible evitar el dolor que le producía la muerte de los amantes y los gemidos de placer de su amada. Cuando escuchaba los ecos de los cuerpos sentía que el corazón le estallaba mientras la vida le abandonaba. El amor le carcomía el corazón, su temor ante dios le corroía el alma, en esos momentos quería huir lejos donde esos ecos del placer y de la muerte no mancillaran de nuevo sus oídos pero cuando esos pensamientos inundaban su mente rápidamente se reprendía pues antes de ser hombre era un siervo de dios y como tal no podía permitir que un alma buena se perdiera entre las tinieblas, su deber estaba al lado de ella, si él se iba esa mujer descendería hasta el fondo del pozo del pecado y la depravación. Así que siempre se quedaba, le vigilaba, le curaba y le obedecía, sabía que tarde o temprano su ama se arrepentiría de los aquelarres, las orgias y los sacrificios entonces él estaría ahí para instruirla de nueva cuenta en los senderos de cristo.
Con todos esos pensamientos en la cabeza contemplo el cuerpo desnudo de la mujer en todo su esplendor. Parecía un ángel caído en desgracia, las llagas en la espalda eran la señal de que dios le había arrancado las alas. La visión de aquel acto lo aterro pues fue para él una premonición de que Ángela estaba condenada por designio divino, si eso era cierto, él no podía hacer nada. Ahora todo estaba perdido. Se acercó a la mujer que yacía a sus pies, tenía que llevársela de aquel infierno, sumergirla en el mar para limpiar su cuerpo y su espíritu, tenían que huir de aquellos horrores. Decidido a arrancarla del averno intento abrazarla y llevarla en brazos pero al rozarla con la yema de los dedos su piel se volvía negra y terminaba por romperse. No podía cargarla, nadie podría hacerlo, simplemente estaba condenada. Destrozado por su descubrimiento se puso de rodillas, cerró los ojos y le rezo a aquel cuerpo. Su rezo era una ova a la belleza y a lo hermoso. Dios había muerto para sus ojos. Ahora esa mujer era la divinidad encarnada. Abrió los ojos y vio las pupilas de Ángela, esta vez no vio lujuria si no una súplica, ella había entendido lo que pasaba, sabía que su condena estaba dictada, ya no existía una razón para vivir, ya había dejado de existir. La suplica de la mujer le baño la cara y le resbalo por el cuerpo como una marea de fuego que incendiaba sus sentimientos, provocándole un sufrimiento inmenso que lo obligo a apartar la vista de aquellos ojos para concentrase en los pechos, estaban marchitos, ese aspecto le provoco mareos y sudoraciones frías. Todo lo que veía en aquel cuerpo le parecía onírico e irreal. Dispuesto a despertar de la pesadilla tomo uno de sus pezones entre sus uñas recubiertas de tierra y lo desgarro, el dolor fue vivido, su sangre emanaba de la herida, estaba despierto, no dormía. Miro de nuevo los ojos de su amada, aquellos ojos aun rogaban, clamaban por paz. Era imposible escapar, tenía que cumplir con el deseo de aquellas miradas si de verdad la amaba.
Miguel se levantó del suelo, camino hasta la pared y tomo el látigo de cuero y puntas de hierro que descansaba en un clavo, lo azoto contra el aire, un fuerte sonido lo inundo todo, era como si el instrumento despertara de un largo letargo, las púas del látigo parecían amenazantes, era como si algo maligno las impulsara. El rugido del chicote aturdió los sentidos de Miguel, él agradeció que sucediera así pues la tarea se le haría más fácil. Dando pequeños pasos regreso hasta el centro de la habitación donde se encontraba situado el gran obelisco de piedra que retenía cautivo al ángel, le miro una vez más de arriba abajo. Observo las nalgas, lo muslos, el cabello y por ultimo las llagas, aun segregaban sangre. Ver aquel cuerpo en la magnificencia de su desnudez lo hizo desbordar una lagrima que rodo por su mejilla con destino al suelo pero antes de que la lagrima chocara contra la madera las puntas de acero del látigo ya se habían incrustado en la carne blanca de la señorita Rosacruz, ya no había vuelta atrás, él ya no pararía hasta ver marchita aquella espalda. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis minutos se consumieron y los azotes continuaban cayendo, las llagas ahora eran más grandes, prácticamente se habían unido, solo un débil trozo de piel las separaba, supuraban mucha sangre, la mujer estaba destrozada. Miguel observo su obra, estaba extasiado. Su rostro ahora parecía una máscara de él mismo, una máscara maligna. Su cuerpo también había cambiado, se le veía más fuerte e imponente. El sudor y le sangre se le habían impregnado, estaba rojo de los pies a la cabeza, parecía un ente siniestro surgido del infierno dispuesto a reclamar su presa. Nada podía detenerlo o eso parecía. Con una mueca perversa en la cara levanto el látigo para azotarla por última vez, era hora de acabar con su sufrimiento pero entonces por un milagro su mirada se desvió de la carne lacerada hacia el espejo que tenia de frente, se horrorizo al verse, ya no era él, no podía reconocerse. Ante aquel espectáculo el diablo soltó el látigo y se desplomo sobre el cuerpo de la chica, le abrazo y le susurró al oído palabras que ella no comprendía. Sin convicción se separó de aquellas carnes para después unir sus labios a las heridas besándolas infinidad de veces mientras las enjuagaba con sus lágrimas, quería enjugarlas con sus pestañas pero le fue imposible. Cabizbajo se levantó dispuesto a irse pero aquel ángel no estaba dispuesto a permitírselo, volvió a mirarle suplicante y tiernamente, sus miradas prácticamente eran caricias, ella imploraba más castigo, quería más heridas, quería sentir la fuerza de su diablo en sus delicadas carnes, el diablo renegaba, no quería ser demonio pero tampoco podía seguir siendo hombre pues su vida ya no significaba nada, todo se disolvía confuso ante sus ojos, lo único claro era el látigo y Ángela. Su destino también estaba escrito, él tenía que resarcir todos los pecados de esa mujer. Si la amaba tenía que matarla, solo así podía ayudarla, solo él podía liberarla, tenía que hacer que sufriera, solo de esta forma sus faltas se perdonarían. Todo estaba claro, el látigo era la respuesta por eso lo sostuvo de nuevo entre los dedos, lo agarro tan fuerte que su carne parecía fundirse con el cuero, ese látigo ahora era un miembro más de su cuerpo. Listo para acabar su tarea levanto el instrumento de tortura lo más alto que pudo y lo dejo caer limpiamente en aquella piel blanca como la nieve, la mujer grito y negras lágrimas brotaron de sus ojos, se volvió presa de un dolor casi divino.
Los minutos continuaron su curso, con cada segundo consumido más sangre se desbordaba por aquellas heridas hechas por el amor de aquel demonio que presa del encanto de aquel ángel tan hermoso desataba su ira contra con el fin de liberarlo.
Cada latigazo le restaba fuerza al demonio, faltaba poco para el final. Miguel ya no tenía fuerza y termino por desplomarse en el suelo, la niña lloriqueaba, el dolor la privaba, su piel estaba llena de cardenales gigantescos que parecían bocas que clamaban por amor, el demonio sabio que aquellas bocas terminarían por devorarlo si no terminaba la obra pero no podía, su alma y su cuerpo ya no le respondían como él quería. Con mucho esfuerzo se levantó y se acercó al delicado cuerpo destrozado, quería exterminarlo pero en lugar de eso lo tomo entre sus brazos, desato los cueros que apretaban sus muñecas, estaba liberándola de aquella tortura, él cargaría con el castigo. La chica agonizaba entre sollozos y temblores en los brazos de aquel hombre, no podía hablar pero sus miradas de eran las más puras que un humano es capaz de lanzar y el demonio lo sabía.
El tiempo de aquel abrazo fue apenas de un segundo pero ese segundo se volvió eterno, la inmensidad del espacio les cayó encima, el bien y el mal los unía manteniéndolos suspendidos entre la vida y la muerte, esa era su castigo por desobedecer una orden divina. En todo ese tiempo las heridas de ella no cerraron y el vigor de él no regresaba, sus ojos nunca durmieron por eso el alma se les pudría.
Cuando ya no había más tiempo con que destrozarles la eternidad se acabó y el conjuro de dios se rompió, la realidad se hacía viva de nuevo, el ángel no desfallecía resistió la tortura, el demonio también continuaba firme. Le miraba con un amor aún más ferviente y con culpa desmedida porque pensaba en que debió unirse a ella en la malignidad de las sombras desde un principio.
Un par de segundos después el cuerpo del hombre por fin se venció ante el peso, cayó de espaldas, quedo mirando al cielo. La caída no le dolió, al contrario le libero pues tenía el cuerpo destrozado, esa era la consecuencia de haber cargado el tiempo sobre sus hombros. Para dios eso no fue suficiente y dictamino que su tiempo se había acabado. La muerte se acercaba, podía escucharla respirar en su espalda. El silencio de la habitación se lo tragaba, la desesperación por sentir la muerte lo consumía. Ya no había más lo comprendía, aun así tenía un último deseo quería pronunciar el nombre de su amada pero al intentarlo se dio cuenta que el tiempo convirtió a su lengua en un trozo de piedra negra. Frustrado y con miedo repitió miles de veces el nombre de Ángela en su pensamiento, si la muerte lo abrazaba moriría perdido en aquel recuerdo. La muerte lo miraba, le robaría el alma, se acercó y poso los brazos alrededor del pecho del hombre, sus dedos eran fríos y filosos, su toque desgarro la piel de Miguel dejando bullir la sangre. Su sangre se mezcló con la de Ángela eso le despertó de su letargo, desconcertada por el dolor se levantó toscamente hundiendo sus manos en la piel cetrina de Miguel, la sensación de calor la hizo voltear, su mirada se topó con un cuerpo avejentado, roto y destrozado. Esa visión le provoco miedo hasta que reconoció en aquel ser los ojos de su amado, Ángela con amor rebosante acaricio a su diablo, lo miro con ojos fríos y manos débiles, la muerte no le permitía hacer más, ambos morían. El diablo se percató del despertar de su amada, le veía a través de la figura transparente de la muerte. La silueta de la chica casi desaparecía de sus ojos, la muerte le besaría en cualquier momento. En un último intento por mantenerse despierto, le susurro a la muerte una súplica, la parca entendió el sufrimiento de aquel corazón, conmovida le concedió lo que le pedía, entonces aquel hombre se levantó y corrió hacia los brazos de su amada, soltó a llorar entre su regazo y lloro aún más cuando sus miradas chocaron, ella seguía suplicando que la matara, el demonio sintió que de nueva cuenta perecía ante semejante suplica, no comprendía que a veces ni la eternidad puede modificar los designios divinos, se negaba rotundamente a matar aquello que tanto quería pero esos turbios y delicados ojos no dejaban de mirarle con esa ternura de la que solo los ángeles son capaces, resignado acepto su penitencia. Volvió a tomar el cuerpo destrozado en brazos y lloro sobre de él, ella con muy poca fuerza se acurruco contra su pecho, sin duda eran almas gemelas, eran el uno para el otro.
Miguel se levantó, dio pasos lentos hasta llegar al negro obelisco. Frente aquel gran ídolo de piedra los ojos de Ángela se abrieron en toda su amplitud y su temperatura aumento de repente, estaba lista para purificarse, por su parte Miguel miraba sin entusiasmo aquella mole de piedra. Se tomó unos segundos para sentir por última vez la tibieza de aquel cuerpo, satisfecho con suma delicadeza lo coloco sobre el soporte de piedra labrada y con firmeza amarro las correas a las muñecas de la chica y luego las sujeto a las argollas de acero de aquella piedra, los ojos de su ángel se cerraron. El demonio tomo entre sus manos el rígido látigo de cuero con cuentas de metal en el extremo y con un movimiento ágil corto el viento, aquel sonido hizo que la bella doncella abriera los ojos y le dedicara su última mirada a la muerte, la mirada fue tan intensa que dejo una huella que perduraría por siempre en el alma de la parca. Miguel sin tomarse más tiempo dejo caer el látigo en la espalda de aquella que tanto amaba, el primer latigazo abrió aún más la piel de la chica dejando descubiertas las costillas, Ángela no se movió, ni siquiera sollozo, una vez más Miguel dejo caer aquel instrumento sobre la suave carne y esta vez fragmentos de hueso salieron volando por entre la herida, sin detenerse dejo caer por tercera vez su látigo esta vez partió en dos la espalda del cuerpo sin vida, el torso estaba desecho, habían bastado tres latigazos para desgarrarlo pero aquel diablo no se detenía estaba dispuesto a purificar aquella carne que tanto amo en vida, así que con furia dejo caer una vez tras otra vez aquel fuete, fueron tantas que el mismo perdió la cuenta de cuantas veces lo hizo. Solo se detuvo hasta que de aquel hermoso y bello ángel no quedo nada más que una cabeza, unos brazos y unas piernas flotando en un gran charco de sangre repleto de fragmentos de hueso y carne.
Miguel había terminado su tarea, la muerte había cumplido su trato, darle el tiempo suficiente para acabar con su encomienda, ahora le tocaba regresar el soplo de vida que le fue prestado. La muerte se manifestó de forma corpórea, quería mirar de cerca a aquel hombre que había condenado su eternidad por amor pues le parecía extraño que un humano hiciera aquello. Miguel volvió a sentir la muerte en la espalda sabía que moriría esta vez ya no le aterraba, la vida no valía nada. Al sentir de nuevo los dedos de la parca desgarrando su piel se giró para mirarla, quedaron de frente, la muerte se sintió sorprendida nadie le había visto a la cara, él la beso, le regreso la vida prestada. Murió al instante. La muerte se quedó confundida, no comprendía a los humanos, eran tan ambiguos y extraños que le frustraba contemplarlos. Aquel espectáculo era la prueba de lo raros que eran y aún más raro era aquello que llamaban amor, se preguntó que sería y como se sentía, entonces la respuesta vino en forma de recuerdo a su mente. Recordó la mirada de Ángela, era una súplica hacia ella, ahí estaba la respuesta, eso era el amor, tenía que honrar aquella mirada.
La muerte se retiraba de la habitación, ya no quedaba nada que ver, ni nada que llevarse, su tarea estaba terminada y su palabra cumplida, todos podrían comprobarlo cuando sus ojos miraran los dos obeliscos que desafiaban impúdicamente al tiempo y a dios, uno era de piedra negra labrada con formas de mujer y el otro de piedra roja con relieves blancos y manos de hombre.
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